sábado, 31 de mayo de 2008

Ni antes ni después

Astro se asomó a la puerta del bar, empinada en sus negras botas de punta, e hizo mala cara.
No había ni una mesa libre. Gente parada en los pasillos y junto a los grandes bafles. Combos y parejas, serias y comprometidas con la rumba. Treintañeros, si mucho. O a punto. Ellas, ex muchachas, con semblantes rabiosos e inertes, y ropas estrafalarias, casi toda la carne al desnudo. Ellos, aún muchachos, atentos a cada par de tetas y a cada culo. Cariacontecidos, los pobres.
Fueron hasta el fondo, al lado de los baños, donde a veces había sitio. Nada. Se devolvieron a la barra, alta y manoseada, pensada más como trinchera para defensa del barman y sus ayudantes que como lugar para hacer tertulia. Astro y Omaira se sentaron en los dos únicos butacones vacíos. Maurixio y Gus se quedaron parados frente a ellas, alertas también, pendientes de tanto coño y de tanto desorden.
-Este planeta sí está hecho para el disfrute de ustedes, los hombres –dijo Astro, al pillarles las miradas, y movió la cabeza con innegable desaprobación.
-Aunque el feminismo clame lo contrario, mamita –replicó Maurixio, y se rió sin ton ni son.
Pidieron vodka: carísimo. El whisky, ni se diga. No querían cerveza ni gaseosas ni cocteles de quincalla. La mesera les dijo que afuera podían conseguir éxtasis y anfetaminas de colores.
-Vinimos a beber, no a meter pepas –dijo Gus.
A nadie le provocó ron con Coca Cola. Mucho menos vino en copa. Se conformaron, entonces, con aguardiente.
-Al marrano con lo que lo criaron –proclamó Astro, no sin experiencia, y rieron contentos.
De pasante les dieron uchuvas, mango y pedacitos de coco. Y agua, cortesía de la casa.
-¿No tenés crispetas? –se antojó Omaira.
Era compacta y bien hecha y bajita y algo rolliza, por lo que de lejos (y de cerca) se veía menos sexy que Astro, un maniquí de carne y hueso y músculos flexibles y cuello erguido y cintura apretada y nativa, piel oscura, como cáscara de zapote, y el hoyito del ombligo enterrado entre sombras sonámbulas.
Chuparon guaro, fumaron, hablaron mierda y mamaron gallo.
En un arranque, Gus cogió con los dientes una cajetilla de Marlboro y se puso a bailar enfrente de Astro, una seudo impúdica danza de velos, a la inversa, pues la que debería menearse como una hurí o esclava de harén era ella, no él, espigado y terco como un medio campista.
-¿Hey, viejo Dud, adónde vas? –se intrigó Maurixio, a medida que Gus culebreaba ante Astro.
Omaira se inclinó para ver bien y luego se enderezó, desengañada, la maniobra no era tan complicada como parecía desde arriba. Astro se bajó del butacón. Su cintura quedó a la altura de la cara de Gus, ya casi de rodillas. El bluyín se sostenía con una correa de cuero, negra como las botas, o con un retazo de tela deshilachada, la visibilidad era precaria. Astro echó la pelvis hacia adelante, al ritmo de la música, cualquier disparate, Amy Winehouse o Morphine, y aplastó su pubis casi contra la jeta de Gus, que tuvo que tragar saliva para no dejar caer la cajetilla al piso, sucio de colillas y del tierrero de los zapatos de la gente. No sin cierto esfuerzo logró meter la cajetilla entre la pretina del bluyín y la piel nativa. Luego, con la punta de la nariz, desplazó la parte de arriba de la cajetilla y le pegó un súbito lengüetazo al ombligo de Astro. Ella, retrechera, reculó contra la barra.
-¡Hey! –se opuso, aunque a las carcajadas.
-Caliente, caliente, caliente –dijo Gus, con picardía.
Maurixio se agachó, abrió la cajetilla, aún acomodada entre los descaderados de Astro, sacó un cigarrillo y lo prendió con un mechero de gas, de motociclista, ruinoso y caro.
-La frivolidad hace ver sensatas a las personas, viejo Dud –dijo, enigmático, y le sobó la cabeza a Gus.
En una mesa cercana hubo interjecciones, contrariedades, ceños fruncidos y codazos a los novios, embelesados por el ombligo de Astro. Incluso una ex muchacha alzó la voz con rabia: “Qué asco ese par de grillas”. En la barra se desentendieron del insulto.
-La envidia da artritis –dijo Astro, y levantó un dedito, casto y puro-. Mínimo.
Omaira no se quiso quedar atrás, malencarada, eso sí:
-Sí, que se pudran las podridas.
-¡Quiero ser tu pecado, tu fuego, tu tormento! –suplicó Gus, entre risitas pringadas de saliva, todavía de rodillas, como si el pubis de Astro fuera un icono colonial o una estampa religiosa.
De repente, todos, los cuatro, cayeron en cuenta de que, sin darse cuenta, se habían emborrachado.
***
Maurixio retuvo a Astro por la cintura, con sus manos nudosas y fornidas.
-¿Te parezco que estoy buena? –le preguntó ella a Gus.
Omaira lo miró con curiosidad. Él se incorporó, volvió a tragar saliva y se clavó un aguardiente. Astro cogió las manos de Maurixio y se las deslizó por los costados del descaderado, desde la cintura hasta la cola, palmo a palmo.
-Estás como quieres estar –gagueó Gus.
-Hombre cobarde no prueba mujer bonita –sentenció Maurixio y con torpeza sobó las caderas de Astro.
-¿Qué es eso, por Dios? –se enojó Omaira -. “¿Estás como quieres estar?”. Así no hablan los varones. Jamás de los jamases. Somos nosotras las que hablamos así. Ustedes dicen “¡cómo está de chimba esa malparida!” o “huy, qué tarrado de vieja”.
La cantaleta la dejó exhausta. Astro no le hizo caso.
-Te emborrachaste, Oma. Porque yo sí estoy como quiero estar.
Meneó el culito, como si fuera la zanahoria del garrote y la zanahoria. Y agregó:
-Gracias a mi dieta baja en hidrocarburos.
-Será en carbohidratos –la corrigió Gus, de buen modo-. La dieta, quiero decir.
-¿Qué?
Como pudo, le explicó la diferencia.
-Si fuera baja en hidrocarburos la tuya sería una dieta baja en gasolina, aceite, petróleo, benzina, ACPM, lubricantes…
-Lubricar es una palabra que me excita instantáneamente –dijo Astro.
-¿Lubricantes? –vaciló Omaira, confundida-. No entiendo. A mí me gustan otras cosas…
-¿El ACPM? –dijo Maurixio
-Supongo que tu dieta debe ser baja en arroz, pastas, pandebonos, mecato, buñuelos, en harinas, o sea, en carbohidratos.
-Ay, vos sos un amor de pendejo –dijo Astro y se atragantó, con una risa radiante y cínica que le alegró la cara bonita-. Y sabés tantas pendejadas…
Gus no encontró ninguna frase para justificarse. Arrugó los labios en un puchero de desagravio.
-Ahora sí me perdí –se lamentó Omaira, y sus senos, rebosantes y robustos, se agitaron bajo el suéter de lana, azul petróleo, escote en V, una V profunda y sesgada como una Y por el peso de los bultos de silicona.
-Lo vi en una película italiana –dijo Gus, al rato.
-¿Qué cosa, viejo Dud? –preguntó Maurixio.
-Lo de los hidrocarburos y los carbohidratos.
-¿Hace años? –se burló Astro: no le había gustado que Gus la corrigiera en público.
-No, en DVD. Nos amábamos tanto, así se llamaba, me parece.
-Me explican, por fa… –lloriqueó Omaira.
Astro se ajustó las manos de Maurixio en la cintura, sin malicia, y prendió un cigarrillo, empujado con la colilla del que él acababa de fumar.
-La buena memoria me persigue –se disculpó Gus, aún incómodo por la metida de pata.
-¿Como la eyaculación precoz? –dijo Astro, quisquillosa.
Maurixio y Omaira se taparon la cara con las manos, sonrosadas y achaparradas las de ella, desiguales y atléticas las de él.
-Brutal y sanguinaria –atinó a decir Gus y trató de mirarla a los ojos-. Toda eyaculación precoz es procaz –y se calló en seguida, con un chasquido de muelas, basta de pendejadas, no más jueguitos de palabras esta noche.
-Mejor vamos a bailar –se inspiró Omaira, optimista radical, aunque seguía sin entender ni jota.
Remolcó a Gus hasta una de las pistas. Bailaron separados, manos arriba como en un atraco. Las tetas de Omaira, exuberantes bajo el suéter, se sacudían como señales láser sincronizadas con el bum bum bum de la música. Quiso amacizarla pero ella se negó con la cabeza. Entonces siguieron como estaban, conscientes de la secuencia del deseo, una emoción invisible que los enardecía, más a Omaira que a Gus, empecinado en imaginarse que bailaba con Astro y no con ella.
Cuando volvieron a la barra, los otros se habían ido. El barman les pasó una servilleta de papel. Omaira se la arrimó a los ojos, entre los fucilazos multicolores y el áspero humo que le congestionaba la nariz.
-Nos vamos para un motel –informó, después de leer el mensaje, escrito con la letra firme y erecta de Maurixio-. Mao y Astro están en el carro. Y que Maurixio ya pagó, que después cuadran.
***
Maurixio metió el carro al garaje de la suite 19, sin raspar las paredes ni abollar el guardabarros. Astro se bajó, se apoyó en la pared. A tientas, buscó el suiche de las luces. Prendió todas menos las que hacían falta.
-No quiero acostarme con el viejo Dud –dijo, de pronto, seria perdida.
-¿Por qué no? –se interesó Omaira-. Veterano pero sirve.
-Eh, yo no soy tan cucho, pues –renegó Gus-. Apenas les llevo cuatro o cinco años.
-¿Y le parece poquito? –se burló Astro, con inclemencia-. Viejo verde.
Gus miró a Maurixio, para aclarar las vainas.
-Habíamos quedado en intercambiar tortas. ¿Sí o qué?
Omaira se babeó de la risa.
-¿Tortas? ¿Eso somos nosotras pa’ los hombres? Tortas.
-Tortas y panochas –volvió a burlarse Astro.
-Bizcochitos, pues –se inmiscuyó Maurixio, conciliador, no iban a tirarse la noche por una riña de panaderos, y en seguida miró a Gus-. Eso fue lo que cuadramos, sí, señor, todos contra todos.
-Puede ser –dijo Astro-. Pero yo no me voy a acostar con él.
-¿Por qué no? –preguntó Gus-. ¿Por qué?
–Es que vos sos un sabelotodo ahi.
-Demasiado inteligente –corroboró Omaira, con una sonrisita viscosa.
-Tal cual –cabeceó Astro, apoyó una mano en la pared y, sin querer, prendió la luz del garaje.
¿Y eso qué tiene que ver? –se dolió Gus.
Omaira le acarició la espalda, de arriba abajo, con el profesionalismo de una conejita Playboy.
-Pues todo –dijo Astro con intransigencia, y se balanceó, borracha y media.
Gus miró a Maurixio y después a Astro, y no dijo nada. Omaira lo empujó hacia unas escaleras en caracol.
-Entonces a lo que vinimos, papi –dijo, empinada en las botas de charol, que le apretaban con ferocidad sus lozanos deditos.
Se quitó el suéter de lana y se abalanzó con ternura sobre Gus, los rosados fardos de sus tetas embutidos en un brasier de seda.
Con delicadeza, Gus la arrinconó, pasó a un lado y trepó por las escalas. Al llegar, buscó la puerta del baño. No pudo encontrarla. Vio, en cambio, un inodoro, desnudo y elegante, al pie del pozo del jacuzzi. Sacó el pirulo, a media caña, y se puso a orinar, una meada larga y efervescente, atrancada desde la discoteca. A sus espaldas oyó unos taconazos, el ruido de unas botas al caer al piso de madera, el quejido del colchón de agua y unos maullidos de actriz porno. Siguió meando. La orina era amarilla, sana y olorosa. Chingleteó la taza, sin preocuparse, a la mierda la urbanidad de Casanova. Se abotonó la bragueta del pantalón, cinco o seis botones de concha nácar, mera finura de contrabando. Vació el inodoro y se volteó, algo turbio y escaso de equilibrio. Omaira estaba tumbada boca arriba en la cama, las tetas aún aprisionadas por el sostén y el cinturón del bluyín a medio desabrochar. Con los ojos cerrados y la boca entreabierta, se veía agraciada, casi bonita. El agua del colchón la mecía como a un cetáceo plácido y bendito. No roncaba, eso sí, pero estaba a punto.
Gus rió en silencio, el deseo arruinado y la lujuria estancada en los angostos canales de sus testículos, y bajó al garaje. Astro, con los brazos alrededor del cuello de Maurixio, parecía una diva de MTV, descocada y grotesca.
-Que no me voy a acostar con tu amigo, ya te dije –insistía una y otra vez-. No y no…
Gus se plantó en el primer peldaño de las escaleras en caracol, despechado. Astro lo miró con lástima.
-Lo que pasa es que sos demasiado inteligente para mí. ¿Sí me entendés? Me das miedo.
-¿Pero qué tiene que ver la inteligencia con el sexo? –dijo, y no pudo creer que hubiera dicho semejante estupidez.
Astro hizo una roseta con los labios y se encogió de hombros, sin ninguna suspicacia.
-Yo qué sé… aquí el que todo lo sabe sos vos.
-¿Y Omaira? –preguntó Maurixio.
-Se quedó dormida –dijo Gus y señaló hacia arriba.
-¿Qué? –se rió Astro.
-Otra vez vestidos de amarillo –exclamó Maurixio, con un dicho aprendido de sus abuelas, tal vez, y como vio la perplejidad de los otros, explicó-: O sea, otra vez haciendo el ridículo. ¿Nos vamos o qué?
***
Jimena, la novia de Gus, se había ido a filmar un comercial en un desierto a las afueras de Villa de Leyva y por eso el apartamento estaba vacío. Gus escondió la llave debajo de una matera junto a la puerta. En el tiesto, unos cactus flotaban tumefactos en una inútil charca de agua. Abrió la puerta y prendió las luces, unas linternas empotradas en las paredes y unas falsas lámparas Coleman que pendían del techo, ocioso capricho de decoración retro, que sólo servía para que nadie viera nada.
Maurixio jaló a Astro y Astro jaló a Omaira, con el suéter de lana puesto al revés, la marquilla chiviada a la vista, pésima señal de mal gusto.
-Hagan de cuenta que están en su casa –dijo Gus, sin inseguridad, y fue a la cocina por hielo y vasos.
-A lo que vinimos –repitió Omaira con vigor, la siesta en el motel la había revitalizado-. Qué pena contigo, Astro, pero, por más sabiondo que sea, yo sí me voy a comer a tu geniecito.
El suéter se le enredó en el pelo, teñido de rubio y con rayitos castaños. Trastabilló, la mirada obstruida por la lana, tropezó con un sofá de cuero, el único mueble no metálico de la sala, rojo botafogo. Maurixio prendió el equipo de sonido. Un estampido electrónico irrumpió con furia. Astro se rió a carcajadas, como una tonta, abrazó a Maurixio y lo besó en la boca, mientras él manoteaba los controles para bajar el volumen y no despertar a los vecinos. Gus reapareció con una bandeja, una hielera y cuatro vasitos desechables. Destapó la botella de aguardiente, robada del motel, y rebosó las copas.
-Increíble que no nos hayan cobrado nada –dijo Omaira, tumbada en el sofá.
Separó las piernas y solivió el pubis.
-¿Qué nos iban a cobrar por una meada? –se rió Maurixio-. Ni más faltaba, mijita.
-Yo también quiero hacer la dieta de los hidrocarburos –anunció Omaira, de pronto, optimista radical, estiró la mano y agarró a Gus-. Venga pa’cá, papito.
-¿Dónde hay una pieza? –dijo Astro, pegada a Maurixio.
Con un gesto ambiguo, Gus indicó un corredor a oscuras.
-Por allá pero mejor quédense aquí.
Astro no rechistó. Tiró a Maurixio a la otra punta del sofá y se le sentó en las rodillas. Se besaron. Al rato, ella le echó una ojeada maliciosa a Omaira.
-¿Estás bien, Oma? –preguntó.
-Yo sí –contestó Omaira mientras empezaba a desabotonarle el pantalón a Gus, los seis o siete botones de concha nacarada, un engorro en las tinieblas de la sala.
Las linternas empotradas en las paredes se habían apagado solas, al igual que las falsas lámparas Coleman, tendrían temporizadores, y en la oscuridad sólo titilaban las lucecitas rojas y verdes del equipo. Sonaba un jazz propicio. Omaira le cogió la cara a Gus y le embutió la lengua con ganas.
-Papi… –gorgoteó.
Astro volvió a mirar de reojo, no sin recelo.
-Oma, ¿seguro que estás bien?
Omaira ronroneó satisfecha y se puso a acariciar las nalgas de Gus, por encima de sus boxers, la blanca rajadura del culo se alcanzaba a vislumbrar en la penumbra.
-Entonces no hagás tanta bulla, ¿sí? –gruñó Astro.
Ni Omaira ni Gus le hicieron caso. Él buscó el broche del brasier. Omaira se anticipó y se lo bajó por delante. Sus tetas, no tan grandes como prometían, saltaron sobre la cara de él, como las bolsas de un airbag.
-Astro –suspiró Gus, y ni Omaira se dio cuenta del lapsus.
Le repasó los pezones con la lengua. Ella soltó un gemido.
-Así sí no vamos a poder –se lamentó Astro, sin dejar de espiar a Gus-. ¡Qué escándalo, Oma! Parecés una gata en celo.
En respuesta, nuevos arrullos brotaron de la garganta de Omaira.
-¡Qué horror! –se excusó Astro con Maurixio, se incorporó y empezó a arreglarse los descaderados.
Omaira no la miró. Dio una voltereta y se le acaballó a Gus, las rodillas apretadas contra sus muslos.
-¿Cierto que a vos no te importa que todavía no haya empezado la dieta del ACPM? –le preguntó en un murmullo.
Rieron con júbilo.
-Tranquila, mamita, que tú estás como quieres estar –dijo Gus y le chupó un pezón.
Astro refunfuñó de mala manera y los contempló con cólera. Luego se tambaleó por la sala, hasta dar con el corredor a oscuras, paredes blancas, impolutas, sin ningún rastro de decoración. Al fondo distinguió una puerta. Maurixio la siguió. Astro abrió la puerta, dio un paso y se tapó la boca con las manos. Maurixio se asomó.
-¡Jimena! –balbució aterrado.
Metida bajo un edredón de plumas de ganso la novia de Gus soñaba con los angelitos.
Maurixio cerró la puerta con sigilosa rapidez y retrocedió en puntillas por el pasillo. Astro sí taconeó como lo que se creía, la reina de la noche. Se arrimó al sofá, guiada por los gemidos, se agachó sobre el respaldar, buscó la melena teñida de Omaira y le habló al oído, seca como un pandero:
-Por si no sabías, Omita, la novia de este man ya viene pa’cá.
Gus se demoró en entender. Omaira lo tenía apercuellado y bregaba por follárselo.
-Oye, sabelotodo, que tu novia está dormida en esa pieza y se va a despertar si te seguís comiendo a esta gorda, perdón, a esta zorra.
-¿Cómo? –brincó Gus.
Empujó a Omaira, que rodó sobre el sofá, las excitadas carnes rosadas empapadas de sudor y concupiscencia. Gus caminó hasta la puerta de la pieza, teniéndose los pantalones por la pretina, y asomó la cabeza con cuidado. Lo dicho. Jimena, profunda, soñaba con los angelitos.
Corrió a la sala, quitó el jazz, recogió el suéter de Omaira y se lo tiró a las tetas, expuestas en bandeja sobre el brasier de seda. Astro le echó mano al aguardiente y se tomó un trago a pico de botella.
-Qué nochecita –dijo, no sin desazón.
Maurixio apuró a Omaira, todavía con la respiración anhelante.
-Nos vamos –ordenó con sequedad.
-¿Otra vez? –rezongó Omaira, displicente, y se echó el suéter sobre los hombros-. Ay, y yo que creía que las que poníamos problema éramos las mujeres.
Gus los acompañó a la puerta. Pensó que Omaira, con las puntiagudas botas de charol en la mano, le iba a dar otro beso de lengua. Ella, sin embargo, prefirió colgarse del brazo de Maurixio.
-Adiós, papito –se despidió de Gus, a pesar de todo.
Astro ni lo miró. Maurixio las ensambló en el ascensor. Gus esperó unos instantes y luego cerró la puerta. Se recostó a la pared, debajo de una falsa lámpara Coleman, y suspiró varias veces seguidas, hasta recuperar el aliento. Después, decepcionado y molesto, se fue para la pieza de Jimena. A soñar con angelitos.

* Ni antes ni después forma parte de una colección de cuentos, con el mismo título, en proceso de escritura.

sábado, 24 de mayo de 2008

“Mi causa no es la sangre humana”

Fernando Vallejo

El escritor Fernando Vallejo habló abiertamente de su rechazo por el catolicismo el jueves 21 de mayo de 2008 . Crónica de la jornada. Vallejo ya no escandaliza como antes. Ahora se dedica a captar adeptos para defender animales.


Faltan 15 minutos para las 3 de la tarde y el teatro está a reventar, 1.252 personas sentadas y otras 200 de pie o acomodadas de cualquier forma en las escalinatas de los pasillos. Por los altoparlantes nos advierten, cortesía de la casa, que bajo ninguna circunstancia debemos consumir sustancias sicoactivas.
Hay de todo. Profesores y directivos, con semblante ojeroso y reservado. Fotógrafos y camarógrafos. Estudiantes desgarbados, con morrales y celulares que registran cada detalle con sus lentes misteriosos. Y garotas de Ipanema. Este teatro, el Presbítero Camilo Torres Restrepo, de la Universidad de Antioquia, está repleto de garotas, y no deliro: muchachas esbeltas, armoniosas, de caras bonitas y cuerpos espigados, color panela, risueñas y seguras. A mi lado hay una, Sandra Mabel, digamos. Estudia una Licenciatura en Educación Especial. Le pregunto lo obvio: “¿Por qué te gusta Fernando Vallejo?”. “Pues porque dice la verdad”. “¿Cuál verdad?”, me atrevo a contrapreguntar, tendrá pinta de garota pero es sólida y fibrosa y me mira no sin suspicacia. “La mía… la de todos”, y aunque no me sonríe es como si lo hubiera hecho.
En ese momento nos interrumpe una algarabía, “¡llegó!, ¡ahí está!, ¡llegó!”. Vallejo avanza hacia el escenario con la vitalidad e insolencia de sus casi 66 años. Viste con sencillez, holgados pantalones de algodón, camisa amarillo pálido, chaqueta azul, y mocasines. Lo acompaña su hermano Aníbal, uno de sus más leales escuderos. Detrás de ellos, un grupo de voluntarias de la Sociedad Protectora de Animales conduce a una docena y media de perros, Layka, Julio, Pedro, Támara, (no hay ningún Trostky, ningún Capitán, señal de que los tiempos cambian). Algunos viven refugiados en la sede de la Sociedad y otros cohabitan en el hermoso campus de la universidad con sus peores enemigos, los seres humanos. Cuando pasan junto a mí, oigo que alguien le pregunta a uno de los voluntarios si es verdad que los gozques tienen rabia. “¿Rabia?”, se extraña el muchacho. “Sí, como Vallejo”, se ríe el atrevido, y yo miro para otro lado, no se juega con la fe ajena. Los perros se distribuyen por el escenario, delante de las pancartas de la causa: “Comer carne te mata” y “No más sangre en tu plato”. El escritor se mete las manos a los bolsillos del pantalón y se larga a disertar.
Es una erudita, mefistofélica, contradictoria e hilarante perorata sobre el cristianismo y sus secuelas. Para empezar, hace un rápido recuento de los avances de las ciencias, desde Jean Baptiste Lamarck, a principios del siglo 19, pasando por Pasteur, Koch, Darwin y Mendel, hasta la formulación del modelo del ADN, a mediados del siglo 20, todo en procura del bienestar del homo sapiens –hombre sabio-, al que, propone Vallejo, más bien deberíamos llamar homo mendax, hombre mentiroso. Después resume algunas de las asombrosas semejanzas entre animales y humanos. “Entonces ¿qué nos diferencia? La palabra, que, por lo general, usamos para mentir. Vacas, perros, cerdos y caballos, como nosotros, tienen dos ojos, dos fosas nasales, dos hileras de dientes, sangre roja y un sistema nervioso para sentir hambre, sed, terror. Pero los masacramos sin que nos importe un comino. Los animales son nuestro prójimo, nuestros hermanos.

No hay civilización cristiana, hay barbarie cristiana.

Sin transición alguna, con su vocecilla aguda, casi corto punzante, la emprende contra el catolicismo y las otras sectas cristianas, una impresionante retahíla de datos y argumentos históricos, que arranca los primeros aplausos. “En los Evangelios no hay una sola palabra de compasión por los animales, y eso que al Cristo lo presentan como a un cordero y al Espíritu Santo como a una paloma”. Con serenidad, agrega: “La existencia de Cristo se la han tragado hasta los ateos. No hay registro histórico de Cristo. Ni en Tácito ni en Suetonio ni en Plinio, el joven. Sólo aparece en un texto del fariseo Flavio Josefo, nacido en el año 37, que escribía en griego, historiador espurio y falsificador.”
Se saca las manos del bolsillo, se quita la chaqueta y cruza los brazos. “La secta católica ha sido la gran ramera del Poder. Desde Constantino, Carlomagno y Carlos V –vacila un instante y pega un brinco tremendo-, Hitler… Uribe.” El auditorio se estremece de felicidad. “Hace poco ese señor dijo que el Espíritu Santo lo había salvado de un atentado. ¿Pero cómo hizo para saber que fue el Espíritu Santo y no otra de las dos personas de la Santísima Trinidad? Siempre va acompañado por su guardia pretoriana. Porque duda del Paráclito. Yo me meto solo a los tugurios de La Iguaná y a los fumaderos de bazuco y nunca me pasa nada. Y no creo en el Espíritu Santo, ni en el Hijo ni en el Padre”.
A cada blasfemia, una nueva salva de aplausos, sobre todo de los jóvenes, incluidas las garotas. Los más adultos, la verdad sea dicha, respiran con cierta precariedad. Vallejo no cambia de tono y se riega en denuestos contra los Papas de la Iglesia. Lotario de Conti, alias Inocencio III; Giovanni Maria Mastai Ferreti, alias Pío IX; Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli, alias Pío XII; Karol Józef Wojtyla, alias Juan Pablo II; Joseph Alois Ratzinger, alias Benedicto, el XVI. No los baja de santurrones, miserables, granujas, cabrones, genocidas, falsarios. “Todas las religiones son empresas criminales”, dice sin inmutarse. “Mahoma, a diferencia de Cristo, sí existió. Fue un malhechor, polígamo, esclavista. El Estado de Israel es la última barrera contra la horda musulmana.

Los animales son mi prójimo y la secta católica es mi enemiga.

Va casi una hora y ya nada lo contiene. “Hace un año le levanté un prontuario a la secta católica con mi libro "La puta de Babilonia". Recorrí varios países de mi lengua rogándoles a obispos y sacerdotes que debatieran conmigo. Incluso les pedí a los tres cardenales colombianos que contestaran mis acusaciones. Ninguno se atrevió. Ni la alimaña esa que se acaba de morir, Alfonso cardenal López Trujillo, y que ahora ha de estar en los más profundos infiernos. Lo podrían reemplazar con Álvaro Uribe.
Vallejo reitera su posición. “Mi causa no es la sangre humana. La causa de los animales es una causa perdida pero por eso me gusta. Soy quijotesco. El éxito es de los granujas”. Y concluye: “Nací en la religión de Cristo pero en ella no voy a morir. Los animales son mi prójimo y la secta católica es mi enemiga.
Le cede la palabra al público. Sobran los elogios. De paso, alguien le recuerda a Tomás Carrasquilla, tema oficial de su conferencia. Dice poco: “Siento gran afecto por él. Fue un hombre noble, discreto, modesto, escribió tarde porque le daba vergüenza que se ocuparan de él. Poco conocido en Antioquia, muy poco en Colombia y nada afuera. Este año, sesquicentenario de su nacimiento, lo hemos sacado del olvido; el año entrante volverá a él.
¿Y Fernando González? “No lo conocí pero estuve en su entierro. Veinte personas. Un nadaísta de la época, para escandalizar a las señoras, citó una frase que al maestro le gustaba mucho: ‘Putísima es la vida’. Le pasó lo mismo que a Carrasquilla. Mal leído en Antioquia, poco en Colombia, nada afuera. Se diluyó en el tiempo y en el aire. Por lo demás, andaba errado de pe a pa. Quería que los católicos fueran buenos o mejores, un imposible ético y moral.
¿Algún día desaparecerá el cristianismo?”. Vallejo, con esa ansia de Dios que mal disimulan sus injurias contra Cristo, responde con sequedad: “No sufra por eso. Este planeta se va a acabar primero.”
Una niña, tal vez la única presente en el auditorio, se empina ante el micrófono: “¿Usted cómo se inspira para copiar?” Vallejo parece confundido y luego sonríe: para ella copiar es escribir, o viceversa. “Yo copio en una computadora pero las palabras que me salen son mías”. La niña no queda satisfecha. “¿Pero cómo se inspira?”, insiste. A Vallejo se le ilumina el rostro: “¿Cómo me inspiro? Pues con la rabia que me hacen dar aquí en Colombia.”

Esteban Carlos Mejía

viernes, 23 de mayo de 2008

¡Ay, quién tuviera 4 pesitos!



Rabo de paja

¡Ay, quién tuviera 4 pesitos!

Por: Esteban Carlos Mejía
FRENTE AL PAREDÓN DE LA REVISTA Semana (3 de mayo de 2008), don Fabio Echeverri Correa le dijo a María Isabel Rueda que Colombia “es un país que ha acumulado excrementos, estiércol, podredumbre”. Por eso es bueno, agregó, que “lo metan a la regadera con una barra de jabón, con estropajo y con cepillo de alambre para que lo limpien” ya que “durante 40 ó 50 años no lo bañaron y echó costra”.

Y a renglón seguido aseveró que antes de las presidencias de Álvaro Uribe Vélez, “aquí no se podía ir a las fincas, no se podía hacer agricultura y ganadería, ni turismo, ni salir (…) El que tenía cuatro pesos los invertía por fuera”.

Eso sí es hablar con propiedad. Fincas, ganados, viajes, inversiones. Pero ¿quién tiene fincas en este país? ¿Los campesinos de Carimagua? No creo. ¿Los sindicalistas de la CUT? Lo dudo: son pobres de cuna. ¿Los pasajeros que se apretujan mañana, tarde y noche en Transmilenio? ¿Los profesores de primaria? ¿Los paramédicos? ¿Los choferes de bus? ¿Los mototaxistas de Montería y Barrancabermeja? No charle pesado, maestro. Ni ellos ni los empleados de la rama jurisdiccional ni los venteros ambulantes ni los policías ni soldados de la Patria ni los millones de habitantes de esta bodega o ex bodega de excrementos llamada Colombia, tienen fincas. Las haciendas, obvio, son de los hacendados. En Córdoba, los Llanos Orientales, el César. La tierra no es de los campesinos que la trabajan, vana ilusión revanchista, la tierra es de los terratenientes. ¿Y quiénes son los principales terratenientes en este país? Pues, según parece, los mafiosos. Que ahora, según se deduce de lo dicho por don Fabio, ya pueden volver a sus haciendas a hacer lo que siempre han hecho.

¿Y quién tiene cuatro pesos? A ver, ¿quién? ¿Los trabajadores de Coltejer? Todavía no: tal vez más tarde, cuando sean propietarios de más del 60% de una empresa al borde de la quiebra, pues acá es costumbre socializar las pérdidas y privatizar las utilidades ¿Entonces? ¿Los emigrados en Nueva York y Miami que se matan trabajando para poder mandar exiguas remesas a sus casas en Cali o Medellín o Bogotá? ¿O los miles de creyentes en pirámides y ouijas? ¡Ay, ojalá me sobraran 4 pesitos! Los invertiría acá en la Patria, con más gusto que un diablo, y no los sacaría al exterior, como dice don Fabio que había que hacer antes cuando aún no nos habían empezado a restregar con estropajo y jabón de barra. ¡Cuatro pesitos! Tocará conseguirlos.

Porque “el ambiente es hoy de confianza nacional e internacional”. Lo jura y rejura don Fabio, caballero de industria y ex presidente de una de las asociaciones de empresarios más prepotentes de este país: gracias a Álvaro Uribe y su compañía de aseo, reciclaje y limpieza (regadera, jabón, estropajo y cepillo de alambre, ¡eso sí!), Colombia ya no es el albañal de antes, con la inmundicia a flote, sino un paraíso… el paraíso de los que tienen fincas, ganados y cuatro pesitos para invertir. Bendito sea mi Dios.

Rabito de paja: “¿Qué hay en un nombre?” se preguntaba con deleite, en estas misma páginas de opinión, hace ya algunos años, el buenazo de Antonio Panesso Robledo. Por ejemplo, ¿cómo se llama el presidente del Banco Santander de España, acusado por un fiscal de cometer un delito fiscal en la compra de Banesto, uno de sus principales competidores? Emilio Botín. Tal cual: botín, “beneficio que se obtiene de un robo, atraco o estafa” ¿Qué diablos hay en un nombre? Un rabito de paja.

  • Esteban Carlos Mejía

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Opiniones

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PACHOSA

23 Mayo 2008 - 2:25pm
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Acaso no existe peor exilio que no tener oportunidades en su propia tierra, acaso este pais brinda oportunidades por igual, acaso los indices de miseria y pobreza no aumentan, acaso las balas calman el hambre y la ignorancia, tal vez será por que mata a los hambrientos, acaso no vemos cada vez mas corrupción y pactos de paras-narcos-políticos-guerrilleros, creo para mi entender que el pais se debe medir no por la humillación a que sometemos a nuestros compatriotas sino por mejorar en aspectos como alimentación, educación y salud. Arriesgense a pensar diferente a no comer entero con toda la basura noticiosa que te llega manipulada de los medios alcaguetes con el regimen.
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kvic

23 Mayo 2008 - 2:14pm
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Si las empresas que hacen encuestas, que bien paga el gobierno con nuestros impuestos, hicieran un sondeo de opinión sobre qué es la seguridad democrática, muy seguramente todos dirián al unísono, poder viajar y visitar las fincas. Dos conclusiones: sólo preguntan a los ricos o que el resto de población repite como cliché lo que dicen en los medios desinformantes. El común de la gente no tiene y con qué satisfacer sus mínimas necesidades, un representativo porcentaje está desempleado o subempleado, los costos de los servicios públicos y financieros axfician, la uvr es desbordada para la compra vivienda, la salud es una mercancía carísima, la educación es un privilegio. Esta es la respuesta de los de abajo en que descansa la carga impositiva para que los dueños del poder se paseen por las tierras que han comprado con sus negocios de la salud, reforma agraria y testaferrato a cambio de comprar conciencias para cambiar un articulito. A propósito, falta por publicar la constitución que quedó de la de 1991, hay una nueva carta magna para esta narcodemocracia
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antonioveloz

23 Mayo 2008 - 1:33pm
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El del articulito y principal gestor del paramilitarismo en colombia, hombre que paga las vacunas de los paras para que maten gente los supuestos amigos de los narcoguerrilleros, si es inocente matelo por sospecha, lástima que la investigación no pueda llegar tan lejos pues este señor merece cárcel, de igual forma de caer preso se cae todo este régimen cirquero.
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amarilla

23 Mayo 2008 - 10:28am
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Estos son exactamente los cuestionamientos que nos hacemos muchos colombianos. No es necesario pertenecer a las minorias de nuestro pais para sentir el peso de la desigualdad y la falta de oportunidades. Y todavía se duda cuando se cuestiona nuestro gobierno mafioso?
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JACOBMZ

23 Mayo 2008 - 10:23am
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Esteban, usted tiene razón. Y es mas, personajes como Fabio Echeverri son quienes tienen la mayor responsabilidad de que el país se haya convertido en lo que él mismo dice. Ellos han participado en la toma de decisiones antipopulares que han beneficiado a su clase y ahora viene a salir con esos disparate.
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Miguelin

23 Mayo 2008 - 7:57am
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Esa es la muestra real de los ricos, terratenientes, industriales, que conjuntamente con uribe crearon y patrocinaron los paracos, pensaron que ellos con su dinero iban a manejarlos, a darles oredenes, pero con el tiempo los paracos se les salieron de las manos.
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requetemauricio

23 Mayo 2008 - 7:25am
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Sí, cada uno ve con su perspectiva. Y ellos tienen su solución a todo. Ahora, que anuncian épocas difíciles en economía, la solución es fácil para seguir teniendo fincas, empresas y 4 pesitos para invertir: anuncian despidos masivos para conservar sus utilidades y poder seguir viajando a sus propiedades regadas en todo el país. Esos despedidos, ni en Transmilenio que encontrará solución a su colapzo gracias a la disminución de la demanda del servicio, no solo porque no van a tener el pesito con 40 para viajar, sino porque no tendrán empresa a donde ir. Un vendedor de lotería criticaba a uno de sus amigos y decía que era tan bruto que tras pobre, conservador. Y de estos amigos hay tantos que eligen y reeligen esta seguridad (estamos entre los 10 países más violentos del mundo) que tan poco de democrática tiene. Es el paraíso de la oligarquía tradicional y de la que antes llamaban emergente. Y para defender su estado de cosas, para eso tienen bastante dinero, fincas, empresas, 4 pesitos para invertir y varios políticos en el Congreso y en las instituciones. Vaya, tras de pobres, uribistas.
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maurga

23 Mayo 2008 - 6:24am
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Señor Mejía, ya todo lo dijo, no hay nada que comentar. Sí esa mentalidad suya, que es la mía, la tuvieron los señores de los Medios de Comunicación y aparentaran, al menos, un poco de independencia para escoger a los potenciales entrevistados, la situación sería otra. Pero, como acá prima el 'temor reverencial' hacia ciertos personajes queda así distorsionada la noticia, la entrevista y todo lo relacionado con lo mediático y aprovechan estos Gilipollas para expresar toda clase de sandeces, como las de don Fabio.
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jueves, 22 de mayo de 2008

Indeseable. La flecha. El Pulpo. José Emilio Pacheco.

Indeseable

No me deja pasar el guardia.
He traspasado el límite de edad.
Provengo de un país que ya no existe.
Mis papeles no están en orden.
Me falta un sello.
Necesito otra firma.
No hablo el idioma.
No tengo cuenta en el banco.
Reprobé el examen de admisión.
Cancelaron mi puesto en la gran fábrica.
Me desemplearon hoy y para siempre.
Carezco por completo de influencias.
Llevo aquí en este mundo largo tiempo.
Y nuestros amos dicen que ya es hora
de callarme y hundirme en la basura.


La flecha

No importa que la flecha no alcance el blanco
Mejor así
No capturar ninguna presa
No hacerle daño a nadie
pues lo importante
es el vuelo la trayectoria el impulso
el tramo de aire recorrido en su ascenso
la oscuridad que desaloja al clavarse vibrante
en la extensión de la nada


El pulpo

Oscuro dios de las profundidades,
helecho, hongo, jacinto,
entre rocas que nadie ha visto, allí, en el abismo,
donde al amanecer, contra la lumbre del sol,
baja la noche al fondo del mar y el pulpo le sorbe
con las ventosas de sus tentáculos tinta sombría.
Qué belleza nocturna su esplendor si navega
en lo más penumbrosamente salobre del agua madre,
para él cristalina y dulce.
Pero en la playa que infestó la basura plástica
esa joya carnal del viscoso vértigo
parece un monstruo; y están matando
/ a garrotazos / al indefenso encallado.
Alguien lanzó un arpón y el pulpo respira muerte
por la segunda asfixia que constituye su herida.
De sus labios no mana sangre: brota la noche
y enluta el mar y desvanece la tierra,
muy lentamente, mientras el pulpo se muere.

jueves, 15 de mayo de 2008

Balada de un joven canallita / Luis Antonio de Villena

Anoche, dando vueltas como siempre,
camino de la alta madrugada
(bares y discotecas, calle estrecha,
negros que venden hasta el alma blanca)
pensé que al encontrarte era mi suerte
recorriendo el burdel que nos ampara.
Y te miré la cara dulcemente
pensando que mi hora en ti empezaba.
Aunque sé que te echan del trabajo
pues te aburre la vida rutinaria,
y haces de camello cuando puedes
recorriendo el burdel que nos ampara.
En Marruecos saliste de un mal paso
y usaron y abusaste de la tranca.
Modelo, chulo, amante para cenas,
sabes el lujo de la gente cara
y camas cutres, feas y con chinches
recorriendo el burdel que nos ampara.
¡Que estupenda la noche los dos juntos!
Riendo, colocados, mente alzada...
Ojalá que el ritmo nos llevase unidos
tahúres del vivir y camaradas.
Pero la luz del alba rompe sueños
recorriendo el burdel que nos ampara.
Y aunque eres santo como el pan bendito
tu futuro es el orden o la nada.
Mal papel al zángano le espera:
no hay porvenir que a tu lucero valga.
Nos mira ya acechante una galerna
recorriendo el burdel que nos ampara.
Tampoco es convincente mi futuro:
Viejo verde en tugurios del mañana
o figurón de eventos literarios
ajeno a la Academia y a sus maulas.
Aunque bien puede el viento darme un viaje
recorriendo el burdel que nos ampara.
Juntos somos dos pájaros muy raros,
solo el presente nos pone su medalla.
Amigo de la noche, adiós, hermano.
Ya ves que casi todo nos separa.
Pero golfos y ninchis seguiremos
recorriendo el burdel que nos ampara.

Luis Antonio de Villena

Poeta, narrador, ensayista, crítico literario y traductor español, Madrid, 1951. Es licenciado en filología románica y estudió además lenguas clásicas y orientales. Su obra creativa en verso o prosa ha sido traducida a varias lenguas. Recibió los premios Nacional de la Crítica en poesía (1981), el Azorín de novela (1995), el internacional Ciudad de Melilla de poesía (1997) y el Sonrisa Vertical de narrativa erótica (1999).Y el premio de poesía "Generación del 27" (2004). Acaba de ganar en octubre de 2007, el II Premio Internacional de Poesía El Viaje del Parnaso, por un libro titulado "La prosa del mundo" que publicará Visor en febrero de 2008. Epícureo y homoerótico.


El reino animal / La lagartija. Ledo Ivo

El reino animal

1

Jean-Arthur Rimbaud fue el primer europeo
que penetró en cierta parte de Ogaden. Allí
descubrió un pueblo pastoral y nómada que
jamás había conocido extranjero de
ninguna raza.

Él vio hipopótamos, elefantes, jirafas,
cocodrilos, rinocerontes y grandes bandadas
de avestruces.

Su reino es el de Cam.

2

Isidore Ducasse, conde de Lautréamont, llega
a París en una nube de pájaros. Abre la
puerta de su bestiario. Desfilan tiburones,
arañas, sanguijuelas, tigres, tarántulas,
vampiros, águilas, dragones y piojos.

Su reino es el de la cólera.


La lagartija

De mi niñez recuerdo apenas
una nerviosa lagartija.
De tanto sol sobre su lomo
parecía hecha de vidrio.

Entre las piedras y las matas
del jardín, ella aparecía.
Tal vez quería ver el mundo
o desearme buen día.

Este saurio hábil y paciente
que el sol transforma en diamante
me hace alabar la maravilla
oculta en la infancia distante.

Pues grande cosa es para un hombre
sentir que en el alba de la vida
toda la belleza del universo
estaba en una lagartija.


Ledo Ivo

Tomados de Magias (1955-1960)
Versiones de Manuel Núñez Nava

Poeta, narrador y ensayista nacido en Maceió, Alagoas, Brasil en 1924. Es una de las figuras más destacadas de la moderna literatura brasileña, notablemente en poesía. La crítica literaria lo considera la figura más representativa de la Generación del 45, movimiento de evolución estética frente al clima demoledor y anarquista de la primera fase del modernismo. Al igual que otros poetas de esta generación, volvió a algunas formas poéticas fijas, como el soneto, pero conservando un estilo libre y marcadamente personal. Para él, la poesía es una invención de la palabra, una operación verbal destinada a ocultar la vida personal, generando una mitología particular que sustituye la verdad trivial de la existencia. De su obra, ampliamente premiada, destacan sus novelas As alianças (1947) y Ninho de cobras, su libro de crónicas A cidade e os dias (1957), el poemario Finisterra (1973) y sus memorias Confissôes de um poeta (1979).

Siempre / Maruja Vieira

Siempre regresas.
Para ti no hay tiempo
ni tiene oscuros límites la tierra.
Siempre vuelves.
Y siempre estoy aquí, esperando tus manos,
llenándome de sueños como de lluvia un árbol.
No hay nada diferente. Todo es igual y puro
cuando vuelves.
No han pasado los días ni he sufrido. Estoy sola,
con el corazón limpio como una fuente nueva.
Tengo otra vez palabras y caminos
y contigo regresan las brisa y las estrellas.
Regresan las campanas y los pájaros,
me devuelves la música, el murmullo
de los ríos lejanos,
la claridad del monte,
la perfecta verdad de que te amo.
Maruja Vieira
Poeta colombiana nacida en Manizales en 1922.
Catedrática y periodista, ha dedicado su vida a la literatura, sobresaliendo también como catedrática y crítica literaria.
Sombra del amor, Palabras de la ausencia, Mis propias palabras, Tiempo de vivir, Campanario de lluvia y Los poemas de enero.

Aún / Súplica. Antonio Gamoneda

Aún

Amé. Es incomprensible como el temblor de los árboles.
Ahora estoy extraviado en la luz pero yo sé que amé.
Yo vivía en un ser y su sangre se deslizaba por mis venas y
la música me envolvía y yo mismo era música.

Ahora,
¿quién es ciego en mis ojos?

Unas manos pasaban sobre mi rostro y envejecían dulcemente.
¿Qué fue existir entre cuerdas y espíritus?
¿Quién fui en los brazos de mi madre, quién fui en mi propio corazón?

Es extraño:
solamente he aprendido a desconocer y olvidar. Es extraño:
ahora, el amor
habita en el olvido.

Súplica

Vienen los números y las lágrimas.
Y tú, ¿quién eres? ¿Yo mismo?
Tú que conoces a los pájaros que se alimentan en mis venas,
muéstrame la inexistencia, llévame dulcemente,
de tu mano, a la nada.

Antonio Gamoneda.

Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) vive en León, España. Es autor de títulos como Blues castellano, Descripción de la mentira, Libro del frío o Arden las pérdidas , recogidos en el volumen Esta luz (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), que reúne toda su obra poética escrita entre 1947 y 2004. En 2006 fue galardonado con el Premio Cervantes y con el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Ese mismo año terminó Un armario lleno de sombra, memorias de infancia

Amor / Elkin Restrepo

A dentelladas
El amor
Bebió y comió de él
Su piel hecha un asco
Sus miembros desperdigados
Su agónico resoplar de bestia
Fue lo único que sobrevivió
Al asalto
No bastaron las entrañas
Ni que su corazón
Supiera amargo
El amor mordió hasta los huesos
Y cuando esperaba
Que con esa vida cobrada
le fuera ya suficiente
Vio cómo terrible e insaciado
El amor
Se levantó y
hociqueó entre los astros.


Elkin Restrepo
Nació en Medellín. Poeta y narrador. Dirige actualmente la Revista de la Universidad de Antioquia y la revista de cuento Odradek.
Retrato de artistas (1983), Absorto escuchando el cercano canto de sirenas (1985), La dádiva (1990), Lo que trae el día (2000), La visita que no pasó del jardín (2002), Luna blanca (antología, 2005). Amor es un poema inédito.

El que nunca traspasa ciertos límites...

El que nunca traspasa ciertos límites

ni incurre
ni comete
ni transgrede
ni encubre
ni viola
ni vulnera
ni delinque
ni incumple

El que nunca traspasa ciertos límites

ni cruza
ni penetra
ni se interna
ni explora
ni alcanza
ni consigue
ni descubre
ni llega
El que nunca traspasa ciertos límites.
Jesús Muñárriz.
Poeta, traductor y ensayista español, nacido en 1940.
Fundador y director de Ediciones Hiperión.
Ha traducido al español, entre otros, a Hölderlin, Rilke, Celan, Aragon, Wilde, Shakespeare y Pessoa.
Viajes y estancias, 1975. Cuarentena, 1977. Esos tus ojos, 1981, Otros labios me sueñan, 1992. Corazón independiente, 1998. Peaje para el alba, 1972-2000 y Disparatario, 2001.