jueves, 23 de octubre de 2008

A Roosevelt, por Rubén Darío

Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman,
que habría que llegar hasta ti, Cazador,
primitivo y moderno, sencillo y complicado,
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod.
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.

Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
eres culto, eres hábil, te opones a Tolstoy.
Y domando caballos, o asesinando tigres,
eres un Alejandro-Nabucodonosor.
(Eres un profesor de Energía
como dicen los locos de hoy.)

Crees que la vida es incendio,
que el progreso es erupción,
que donde pones la bala
el porvenir pones.
No.

Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis, se oye como el rugir del león.
Ya Hugo a Grant le dijo: Las estrellas son vuestras.
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol
y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos.
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;
y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York.

Mas la América nuestra, que tenía poetas
desde los viejos tiempos de Nezahualcóyolt,
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;
que consultó los astros, que conoció la Atlántida
cuyo nombre nos llega resonando en Platón,
que desde los remotos momentos de su vida
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,
la América del grande Moctezuma, del Inca,
la América fragante de Cristóbal Colón,
la América católica, la América española
la América en que dijo el noble Guatemoc:
"Yo no estoy en un lecho de rosas"; esa América
que tiembla de huracanes y que vive de amor,
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra, y es la hija del Sol.
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser, por Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras.

Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!

De Cantos de vida y esperanza, Los cisnes y otros poemas.

viernes, 26 de septiembre de 2008

La línea del menor esfuerzo

El Espectador (Bogotá), 26 Sep 2008

Esteban Carlos Mejía

Rabo de paja

La línea del menor esfuerzo

Por: Esteban Carlos Mejía
TENGO UNA AMIGA, ISABEL BARRAGÁN, que es profesora universitaria. Enseña literatura aplicada en una facultad de administración. Anda por nel mezzo del camin di nostra vita, unos 33 añitos, digamos.

Es una mujer de buen ver. Va al gimnasio cuatro veces por semana y le gusta nadar todas las mañanas en la piscina de su edificio, en las lomas de El Poblado. Por iniciativa propia, se encarga de echarle cloro al agua y de vigilar que la motobomba funcione. Hace quince piscinas y después, aún en traje de baño, se pone a preparar clase. No tiene hijos y está recién casada con un ganadero de nueva generación, que se mantiene en la finca, en Palermo, al suroeste antioqueño, y que además no se mete en sus asuntos, Dios lo bendiga.

Vamos a tardear a la cafetería de la universidad. Pide un pastel de queso derretido y dos donas de chocolate. No engorda ni aunque se lo proponga. “Es hora de olvidarnos del concepto aristotélico de la mimesis” —me dice de repente—. “¿La qué?” —respondo con genuino asombro—. Hace un fruncidito sexy con los labios y sigue sin hacerme caso. “Un escritor debe re-crear la realidad, no imitarla macarrónicamente ni fotocopiarla ni escanearla a full píxel. Un buen escritor crea belleza e inventa realidades. Si una obra literaria está bien hecha, el lector será incapaz de captar la diferencia entre ficción y realidad. Confundirá la realidad de la ficción con la realidad, llamémosla, real.”

Con elegancia se limpian las migas que han caído sobre la blusa. “Así, Macondo es y no es Aracataca. Yoknapatawpha es y no es Jefferson County, el pueblito de Faulkner. Comala trasciende la esencia de México. Angosta, de Héctor Abad Faciolince, es y no es Medellín. Hasta Santa María, de Onetti, la más mimética de estas mimesis, re-crea, no imita, al Río de la Plata. Verdades de Perogrullo, que a la mano llama puño”. Sus pupilos, sin embargo, no entienden. “Profe, entonces Sin tetas no hay paraíso y El cartel de los sapos, ¿qué?” No los he leído. Incluso tengo dudas sobre si son novelas o simples pastiches. “¡Virgen santa!” —se consuela, al ver mi displicencia, y le echa el diente a una dona—.

“Y pensar que ya circulan otros tres libros por el mismo estilo” —dice con pesar—. “¿De quién es la culpa?” —pregunto—. “De darle gusto al cluster del menor esfuerzo, un racimo de lectores que sólo sabe leer al pie de la letra. Alfabetos funcionales, de escasa o nula imaginación, domesticados por la televisión, no leen literatura, leen literalidades. Para ellos resulta más fácil imaginarse un personaje llamado Pablo Escobar o Simón Trinidad o Lara Bonilla que al coronel Aureliano Buendía. Visualizan con más rapidez los senos, ay, perdóname, las tetas de silicona de una prepago que la inexplicable hermosura de Remedios, la bella. Gracias a esta carencia de fantasía, echa barriga cierta industria editorial”.

Isabel Barragán se levanta y recoge los textos con los que trata de inspirar las lecturas de sus alumnos: Javier Marías, Cyril Connolly y el aborrecido Harold Bloom. “Definitivamente, el sadomasoquismo literario está más extendido de lo que una se imagina” —concluye no sin resignación—. “Pero fresco, amiguito, la buena literatura siempre gana al final”.

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Rabito de paja: Isabel Barragán es un personaje de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera mimesis del autor.

Rabillo de paja: Chiste callejero por todo Bogotá: “Dizque el hijo más ilustre de Salgar (Antioquia) es tan montañero que no dice Tribunal Internacional de La Haya sino Tribunal Internacional de La Haiga”.

viernes, 12 de septiembre de 2008

¡Sindéresis, hombre!

El Espectador, 12 de septiembre 2008

Esteban Carlos Mejía

Rabo de paja

¡Sindéresis, hombre!

Por: Esteban Carlos Mejía
A VECES, CUANDO SE ENCRESPA una reunión de copropietarios de un edificio o cuando se caldean los ánimos en una asamblea de accionistas, no falta el abogado bonachón o conciliador que alza la mano, pide la palabra y exclama entre el griterío “¡sindéresis, damas y caballeros, sindéresis!”. Tampoco sobra el alma caritativa que nos explica el latinajo.

Sindéresis es la capacidad natural de los seres humanos para juzgar rectamente y con acierto. De creerle al venerable padre Luis de la Puente, de la Compañía de Jesús, en sus Obras Espirituales, de principios del siglo XVII, la sindéresis “es un perpetuo despertador que nunca duerme, un continuo predicador que nunca enmudece y un ayo que siempre anda en nuestra compañía, exhortándonos a la virtud y apartándonos del vicio”. Si hacemos buenas obras, nos aprueba, alaba y premia con la paz de la buena conciencia. Al contrario, si caemos en culpa, “nos reprende y castiga con el remordimiento” y nos previene de volver a pecar, como “vicaria y lugarteniente de Dios”. Cosa seria, pues. Asunto de inescrutables teologías, desde San Agustín hasta el nuevo Catecismo de la Iglesia católica pasando por Santo Tomás de Aquino. En palabras terrenales sindéresis es discreción, cordura, raciocinio, tacto, juicio, discernimiento: “La prudencia, que hace verdaderos sabios”. Quien tiene sindéresis, tiene la sartén por el mango, aunque la manteca pringue. Y a diferencia de ubérrimo y hecatombe, no es otra grecoantioqueñada aunque parezca.

Hoy en día, sin embargo, no abunda entre quienes nos gobiernan. “La Fiscalía en Medellín es un desastre, una infiltración de la mafia, ¡una vergüenza!”, grita el ciudadano Presidente, y se le olvida que el director de esa seccional era cuota política (y hasta familiar) de su ministro del Interior y Justicia. “El periodista Daniel Coronell ocultó durante años las pruebas de un delito”, se enfurece, y olvida que el delito es nada menos que el cohecho impropio que lo llevó a la Presidencia en segundas nupcias. “¿Bandera blanca? No se la hemos dado al terrorismo, mucho menos a la Corte Suprema”, gruñe desapacible. “Las penas a los extraditados son minúsculas”, se lamenta, y el embajador gringo, simpatía aparte, le recuerda quién es el dueño de la finca y quién el mayordomo.

No soy nadie para pedirle o darle tregua a este Patrón desbocado y arisco. Por mí, mientras más rápido salgamos de esta democracia profunda en sectarismo y fanatismo, mucho mejor. Pero ojalá, siquiera por una vez, se dignara acatar la voz de la vicaria y lugarteniente de Dios: ¡sindéresis, hombe Uribe! ¡Sindéresis!

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Rabito de paja: Ahora bien, si le da tanta lidia quedarse callado y actuar con juicio, por lo menos, no grite. Como dice J. M. Coetzee en Diario de un mal año, “gritar no es simplemente hablar desgañitándose. No es un medio de comunicación en absoluto, sino una manera de ahogar las voces de nuestros rivales. Es una forma de agresividad, una de las más puras que existen, fácil de practicar y enormemente eficaz. (…) Una de las primeras cosas que deberíamos aprender en el proceso de convertirnos en seres civilizados: no gritar”.

jueves, 4 de septiembre de 2008

"La poesía ni es oficio ni es maldito"


Cincuenta años del Nadaísmo

“La poesía ni es un oficio ni es maldito”

El menos nadaísta de los nadaístas no se deja vencer por la rutina ni por la tradición. Jaime Jaramillo Escobar, o X-504, es tal vez el más insigne de los herederos de un movimiento que revolucionó a Colombia hace cincuenta años.

Esteban Carlos Mejía*
Medellín

Jaime Jaramillo Escobar abre la puerta y me invita a subir al tercer piso donde vive y trabaja. Las escalinatas son oscuras, muy empinadas y largas. “Es como entrar a una pirámide”, dice y me cede el paso. El apartamento es pulcro y ordenado, ni una mota de polvo en la biblioteca, ni papeles en el piso, ni rastros de la proverbial indolencia de los poetas. En vez del Sagrado Corazón de Jesús, en la pared principal del pequeño comedor en donde nos instalamos a tomar tinto, hay una fotografía en blanco y negro de Eduardo Mendoza Varela, antiguo subdirector de El Tiempo y director de Lecturas Dominicales, uno de los suplementos literarios más populares de finales del siglo pasado. “Fue como un padre para mí. Gonzalo fue mi compañero; Eduardo Mendoza, mi maestro”.
Cuando niño vivió en Altamira, un pueblito empotrado en las montañas cafeteras del suroeste de Antioquia. Estudió bachillerato en un pueblo más grande, Andes, gracias a una beca del Ministerio de Educación, porque su papá era maestro de escuela. Allí tuvo un periódico mural, también impreso en mimeógrafo. Para celebrar algún aniversario del Quijote, le pidió ayuda a un compañero que iba un año adelante, con fama de escritor, y que se llamaba Gonzalo Arango. El escrito apareció firmado por Gonzaloarango, todo junto, algo inédito y sensacional en aquellas breñas. Fue el primer texto que publicó el fundador del Nadaísmo y, así como muchos de sus escritos, el recuerdo de este elogio al hidalgo manchego se ha perdido en las brumas del tiempo, pues nadie conservó una copia del pasquín.
“Se llamaba Voces Andinas, ¿qué más quiere?”, dice y se ríe con un cosquilleo que a duras penas disimula al adolescente travieso que aún palpita en sus 76 años. Es enjuto y algo encorvado. Pero la vitalidad de sus trancos y la efervescencia de su mirada son muy reales. Viste con una hawaiana bordada de azul, al estilo de los hippies de los 70, y a veces entrecierra los ojos.

De tabulador a publicista
Al terminar el bachillerato, llegó a Medellín, desplazado por la violencia liberal conservadora de los años 50, la primera de todas, la misma de siempre. Se puso a trabajar en Empresas Públicas de Medellín, un conglomerado de servicios públicos. Allí hizo un curso en ibm, en tabulación, “cuando los computadores eran grandes como elefantes y lentos como ballenas”.

Era un oficio feliz, el de los tabuladores. Inclinados sobre tableros repletos de alambres y clavijas, conectaban y desconectaban cables hasta dar forma a los programas de la época y resolver enrevesados problemas de facturación o de registro. No había muchos tabuladores en Colombia por lo que pronto consiguió trabajo en Cali, en la oficina de recaudo de Impuestos. Y estaba allí cuando Gonzaloarango se presentó a reclutar jóvenes para su movimiento, lanzado en Medellín al promediar agosto de 1958 con la difusión del Manifiesto Nadaísta, en el que, entre otras cosas, se planteaba la necesidad de cambiar la poesía colombiana.
Un día cualquiera dejó la tabulación. Viajó a Barranquilla y empezó a trabajar en Nova, una agencia de publicidad de Plinio Apuleyo Mendoza, con quien “aprendí a laborar en forma, duro y parejo”. Su ciclo publicitario fue completo. Empleado administrativo. Copywriter. Creativo. Ejecutivo de cuenta. En 1968, junto con Gabriel Urrea Gómez, abrió en Bogotá su propia agencia, Organización Publicitaria Institucional, O. P. Institucional, enfocada a campañas de imagen corporativa.

Cerraron en 1981, tras 13 años de faenar con algunas de las empresas y entidades más influyentes de la época, Compañía de Empaques, Colnylon, Confecámaras. “Sin darnos cuenta, nos volvimos una agencia mediana con gastos de grande y utilidades de pequeña. Una compañía norteamericana nos ofreció compra pero yo no quise. Preferimos cerrar antes que tener que vendernos a los gringos”. Nunca hizo publicidad masiva. Su negocio giraba alrededor de las comunicaciones corporativas, lo cual le sirvió para aprender el esquivo arte de redactar. “La publicidad fue mi mejor escuela. De redacción en general, que incluye la poesía”. Lo miro con cierta incredulidad. ¿No quiere retractarse? —le pregunto—.

“No tengo por qué retractarme”, me contesta, le da carpetazo al tema y me sirve otro tinto. Le pregunto por los nadaístas. “Ya casi todos nos morimos”, se burla y menciona sus nombres en desorden, a medida que le vienen a la mente, vivos y muertos. Gonzaloarango. Amílcar Osorio, que durante un tiempo firmó como Amílcar U. Alberto Escobar Ángel. Diego León Giraldo, que cambió la literatura por el cine. Jotamario Arbeláez. Elmo Valencia. Eduardo Escobar. Jaime Espinel, Barquillo. Darío Lemos. Alfredo Sánchez, editor del diario El Crisol, de Cali, y de su suplemento literario Esquirla, en el que publicaban con periodicidad. José Rafael Arango. Humberto Navarro, Cachifo. Guillermo Trujillo. Mario Rivero, que desertó al poco tiempo. Fanny Buitrago. No solo había escritores. Recuerda al pintor Álvaro Barrios, a Álvaro Medina, Armando Romero y Malgrem Restrepo, uno de sus ilustradores, que vive en Estados Unidos desde hace casi 50 años.
“El Nadaísmo era un movimiento popular.

A los recitales iban muchedumbres que atiborraban los salones. En Barranquilla, por ejemplo, fue tanta gente a una conferencia de Gonzaloarango que tuvieron que llamar al Ejército, imagínese, al Ejército, para controlar a la multitud que ocupaba el Paseo Bolívar. El Nadaísmo fue lo que fue gracias a los periódicos. Acogían nuestros textos con los brazos abiertos. Nos publicaban, destacados, en Lecturas Dominicales, de El Tiempo, y en Magazín Dominical, de El Espectador, dirigido por Gonzalo González, Gog.”

No evoca ese tiempo con nostalgia. Toda la vida ha sido un hombre trabajador y concienzudo, más ocupado en su obra que en camarillas o cocteles. Escribe a mano, em-peloto y por la noche. “Es más fresca, silenciosa y tranquila. La soledad y el silencio son necesarios para la concentración. Pero no igualmente indispensables para todos los artistas”. Aprovecho para preguntarle por la esencia de la poesía.

¿La imaginación? ¿La fantasía? ¿La memoria? ¿La magia? ¿La alucinación?
Esas no pueden ser esencias. La esencia de la poesía es la poesía misma. La dificultad consiste en definir la poesía, porque no es unitaria. Poesía y poema no son lo mismo.

¿Escribir poesía es un oficio maldito?
Ni es oficio ni es maldito. En la poesía se encuentra una forma de expresión que puede ser feliz. Como en la música y las demás artes.

¿Le habría gustado “una tiendita de tabaco”, como a Pound, o contrabandear armas como a Rimbaud?

No. Escribir resulta de mayor interés. Las armas se han desarrollado hasta convertirse en un verdadero demonio. Y el poeta que tiene tienda es Darío Jaramillo Agudelo.

¿Su poesía tiene propósito?
Sí. El propósito del Nadaísmo, que está cumpliendo 50 años: cambiar la poesía colombiana, que resiste tercamente con sus lectores: romanticones, sentimentales, aferrados a las rimas y tradiciones. La mentalidad de los pueblos evoluciona muy lentamente, y una guerra de 50 años desculturiza cualquier sociedad.

¿Qué quiso decir cuando dijo que a un poeta de más de 70 años no le queda más camino que echar por el atajo de las vanguardias?
Quise resaltar lo conservadores y dogmáticos que son los jóvenes en general, apegados ciegamente a lo que les enseñaron en sus primeros estudios. Solo quienes tienen experiencia pueden impulsar cambios. Los jóvenes que se dicen rebeldes y revolucionarios son lo más retrógrado que conozco. Todos terminan empujando un cochecito con bebé, brillando un auto, cotizando para el seguro de vejez y solicitando visa para los Estados Unidos.

¡Ay, la tierra caliente!
En 1963, cuando el Nadaísmo apenas tenía cinco años, Ediciones Triángulo, de Hernando Salazar, publicó 13 poetas nadaístas, libro en el que aparecieron sus primeros poemas, bajo el seudónimo de X-504. “Imprimieron 3.000 ejemplares, una cantidad impresionante para un libro de poemas en Colombia, y se vendieron todos. A mucho honor”.

¿De dónde salió el seudónimo? ¿Y por qué lo dejó?
Dejé el seudónimo desde la publicación de ese primer libro, pero el editor insistió en conservarlo. Lo dejé cuando me sentí seguro de poder responder con mi nombre. Después resultaron cosas curiosas: el público no lo ha olvidado, y si consulta en internet le aparecen cientos de entradas de diverso origen con la referencia X504. El seudónimo salió del número por el que empieza mi cédula, 504… ¿Cómo sería el suyo? ¿X70 qué?

En 1967 se convocó el Premio Cassius Clay de poesía nadaísta. Participó con Los poemas de la ofensa, y ganó. La primera edición, a finales del año siguiente, corrió por cuenta de Tercer Mundo y fue devorada por miles de lectores que asociaron, no sin razón, el gozoso sarcasmo de su humor con los puños felinos de Muhammad Alí. Desde entonces, se han impreso 29.000 ejemplares de este libro ejemplar.
La madurez creativa, sin embargo, le llegaría casi 15 años después. En 1982, Colcultura, entidad antecesora del Ministerio de Cultura, publicó Extracto de poesía. Un año más tarde sus Poemas de tierra caliente ganaron el Premio de Poesía de la Universidad de Antioquia, uno de los más prestigiosos de este país. Y en 1984, se editó Sombrero de ahogado, una colección llena de imaginación, carácter y lozanía. Al finalizar la década, en 1989, apareció Alheña y azúmbar.

¿Barba Jacob sí es tan gran poeta como dicen?
Sí lo es. En el 2005 la Biblioteca Pública Piloto de Medellín publicó el volumen Barba Jacob para hechizados, con una selección de 50 poemas y un ensayo preliminar que responde a lo que usted pregunta. Y en ese mismo año William Ospina, en su libro Érase una vez Colombia, de Villegas Editores, expone una consideración igualmente afirmativa. Vea le cito: ‘Barba Jacob es el más alto poeta de Colombia, no en el sentido de que haya escrito la obra más impecable, sino en el sentido de que en su obra agitada, espasmódica e irregular, se encuentran dispersos los más poderosos versos de nuestra poesía y algunos de los más poderosos de la lengua castellana, pero también en el sentido de que nadie como él interrogó los enigmas de Colombia e interpretó nuestras agonías mentales y emocionales. Valéry decía que muchos arquitectos no sabían que estaban construyendo palacios solo para que ciertos pórticos exquisitos sobrevivieran entre las ruinas. Para mí Barba es un gran poeta.”

Hace años usted anunció dos libros, Poesía pública y Poesía revelada. ¿Qué pasó con ellos?
El título cambia porque apareció un libro en Cuba con el título de Poesía pública, y porque los dos se fusionan en uno. El nuevo título se verá cuando se publique. En eso no hay que adelantarse. Nunca publico un libro antes de muchos años de haberlo escrito. Es la prueba del tiempo, superior a la del fuego. Tengo un libro de cuentos escrito hace cincuenta años y creo que todavía puede esperar. Como puede ver, cuento el tiempo por períodos de 20 y 50 años. No guardo afán.

Las malas lenguas dicen que usted dijo que los libros embrutecen...
No he dicho eso. Lo dijo Cobo Borda. Es un escritor con mucha experiencia.

Talleres para salvar la poesía
Las distintas ediciones de sus obras se han ido acumulando sobre la mesita, al lado de los pocillos de tinto. Primero llegaron las más apresuradas y sencillas. Al final, salieron las más finas y cuidadosas, mexicanas y españolas, así como una joya colombiana del arte tipográfico, Tres poemas ilustrados, de Tragaluz Editores (2006), ganadora del Premio Lápiz de Acero, con ilustraciones de José Antonio Suárez. No sin cierto recato me muestra Permiso voy a cantar, una edición de distribución gratuita que se repartió en las estaciones del metro de Medellín, y el trasgresor Método fácil y rápido de ser un poeta, en dos versiones.
Le señalo la pila de libros y le pregunto con ingenuidad: “¿Qué siente?”. “Nada ­—­responde al instante, en la mejor tradición nadaísta—. Es solo el trabajo hecho”.

Se avecina la noche. Tenemos tiempo para hablar un momento de Spoon River, la antología de epitafios de Edgar Lee Masters. Se levanta de la mesa y va a buscar el libro de Masters pero no lo encuentra en ninguna de las atiborradas y ordenadas estanterías. “Algún amigo debió cogerlo y no lo volvió a poner en su sitio. Así sí es muy difícil”, me explica y se ríe otra vez con su risa de postadolescente eterno. Regresa, en cambio, con A la espera de Nayan, de Surlay Farlay, y con Simonía de amor, de Verano Brisas. “Esos nombres parecen sacados de un aquelarre ex nadaísta”, le digo, por joder la vida. “Puede ser”, acepta con desgana, “pero son poetas que saben dónde están parados. Tienen ética, estilo, personalidad. Y con sus versos intentan salvar a la poesía de un naufragio irremediable, el de la desidia. Por eso me gustan los talleres. Porque dan poetas así”.

Una última pregunta…
A la orden…
¿Por qué le choca tanto la farándula literaria?
Porque eso no es serio. ||

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viernes, 29 de agosto de 2008

Refugio de pecadores

Esteban Carlos Mejía

Rabo de paja

Refugio de pecadores

LA CARÁTULA ES BLANCA, CON hirientes letras rojas y precario diseño. Detrás hay una advertencia: “El editor garantiza que este libro no ha recibido ningún premio”.

El editor es El Gaviero, no Maqroll sino otro, inspirado en la penetrante y esquiva criatura de Mutis. Los epígrafes son cuatro, de desusada extensión, y versan sobre lo mismo: la prostitución de las mujeres. Sigue un Pórtico, firmado por Jaime Jaramillo Escobar, el X-504 de toda una vida, y luego La casa de Resfa, escrita (o resucitada, da igual) por su nieto mayor, Carlos Mario Garcés Toro.

La casa de citas de doña Resfa Toro abrió a finales de los 50 en el centro de Medellín, en Carabobo con Vélez, junto al teatro Olympia, un cine de reestreno, en lo que hoy es una congestionada esquina de quincalleros a la vera de una estación del Metro. El negocio prosperó y se trasladó a un callejón al frente de Inextra, una fábrica de detergentes, al pie de El Poblado, el barrio de los ricos. Cerró hará cinco años, derrotada por legiones de estriptiseras, masajistas y chicas prepago. Su antigua ama y señora, reclama con compostura “el epitafio digno de una célebre meretriz: / Verdadera madre, amiga, confidente, refugio de pecadores”.

“En esa casa enorme, de profusos inciensos en la tarde y discretas luces en la noche”, transcurrieron los primeros años de la vida de Carlos Mario. Allí aprendió a leer: novelas de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía y poemas de Julio Flórez, Epifanio Mejía, Porfirio Barba Jacob. Después se encerró en la Biblioteca Pública Piloto a leer y a jugar ajedrez. Baudelaire. Rimbaud. Verlaine. Saint-John Perse. Jorge Manrique. Quevedo. Fray Luis de León. Robert Frost. Emily Dickinson. Cribó sus lecturas y se aficionó a Álvaro Mutis. De un tirón me declama Canción del este: A la vuelta de la esquina / un ángel invisible espera; / una vaga niebla, un espectro desvaído / te dirá algunas palabras del pasado. Y, ante la mirada atónita de la mesera que nos sirve el desayuno, los ojos se nos encharcan a ambos. “La poesía es un espejo, una respuesta a la existencia, aunque sin explicaciones”, dice. “Hoy no soy nada pero la nada que soy se la debo a la poesía”.

El año pasado, por los lados de la iglesia de La Veracruz, a dos cuadras de las esculturas de Botero, se topó con los restos vivientes de Mónica, la bella, la muchacha a la que amó en casa de su abuela. ¡Qué latigazo, Dios mío! Iluminado por los epitafios de Spoon River, de Edgar Lee Masters, en mes y medio compuso La casa de Resfa, 54 poemas conmovedores y descomplicados, tras la huella de Raúl Gómez Jattin, Víctor Gaviria, Adriana Cote, Elkin Restrepo y Jaime Jaramillo Escobar.

Ahora Carlos Mario, licenciado en Historia y Filosofía, es profesor en San Antonio de Prado, un corregimiento asentado en las montañas al suroccidente del Valle de Aburrá. Tiene inédito Diario de un maestro de escuela, texto que quizá sea una novela. No muestra afán. Quiere cribarlo, claro está, mientras desmenuza los recuerdos de su insólita adolescencia en el burdel más famoso de Medellín, Antioquia, tierra pródiga en putas y adulterios.

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Rabito de paja: ¿Se han puesto a pensar en el misterio de los nombres? ¿Quién es el hombre más veloz del planeta? Usain Bolt. ¿Qué quiere decir bolt en inglés? Flecha, saeta, relámpago o rayo. ¿Y cómo se llama el director científico del Jardín Botánico de Medellín? Cómo más va a ser, pues: Álvaro Cogollo.

  • El Espectador, 29 de agosto de 2008

viernes, 15 de agosto de 2008

Tres poemas tres de Anabel Torres

Medias nonas

Este título no ha tenido mucha acogida.
Después de un sondeo de opinión
he constatado que lo entienden con más facilidad
las mujeres
siempre y cuando no sean demasiado ricas o modernas.

Existe la esperanza en el fondo de cada mujer
de que a una media nona
le puede aparecer en cualquier momento la compañera,
pero la vida también nos ha demostrado
que ello es poco probable.

Las medias nonas gozan de gran popularidad entre las mujeres
sobre todo para las cosas que hacemos sin los hombres,
cuando ellos se van a estudiar o a la oficina.
Sirven para introducir la mano y sacudir el polvo,
esparcir cera, brillar muebles, guardar sueños, hacer traperos.
Sirven para lustrar zapatos, limpiar barbillas de bebé,
ocultar joyas o cartas de amor.
Sirven para recoger y donar a las monjas
que hacían y todavía puede que hagan preciosidades con ellas.
También para llevar cubiertos a un paseo de olla
o huevos duros.

Los únicos dos usos públicos que se conocen
de las medias sueltas
han sido registrados en su mayoría por hombres. Más espectaculares,
están documentados en cine, en videos y en la televisión:
llenas de arena o piedrecillas
son una cachiporra mortífera.
De nylon, sirven para atracar bancos y no ser reconocido.

Las medias nonas son misteriosas, útiles, versátiles,
de colores vistosos o suaves.
casi siempre son las más nuevas, las más bonitas,
las más finas, las más abrigadas,
las traídas de Escocia o Noruega,
las irremplazables.

Les dedico, pues, este libro
a mis amigas mujeres,
muchas de las cuales – yo incluída –
cada vez más tenemos menos miedo
de quedarnos sin pareja
con la confianza de que mis amigos hombres
se harán, con el correr del tiempo,
tan aficionados a las medias nonas como nosotras.

La caja negra

Cuando me estrelle contra el cerro
esto dirá
mi caja negra cuando la desmonten,
éste era el comando que la guiaba:
no rendirse. No rendirse.
No rendirse.

Seré entonces
una muertica más
partiendo a su penúltima morada,
a habitar el vestíbulo
sombreado de los helechos
y las solariegas puertas
del corazón de sus hijos.

Pero, caballeros,
yo no haré la mudanza
con la gracia y donaire requeridos
de una auténtica dama.

No pienso replegarme calladita en mi fotografía.
Aquí fuera
dejaré mi risa,
mi hula hula, mis libros y batallas preferidas,
mi música y mi dicha de bailar.

No renunciaré a esta calle.


Mi dueño

Mi dueño me ha dado avena,
avena recién girada,
caña de azúcar
picada.

Mi dueño me ha liberado
sobre sus verdes praderas,
el olor de la hierba recién cortada
más dulce aún, si cabe.

Saciada de placer
me han soltado a pastar.


Anabel Torres

¿Agoniza Macondo?

Esteban Carlos Mejía

Rabo de paja

¿Agoniza Macondo?

Por: Esteban Carlos Mejía
HACE COSA DE UN MES, EN LA XXI Semana Negra, en Gijón, España, los escritores colombianos Mario Mendoza y Nahum Montt se pusieron a despotricar contra García Márquez: “El realismo mágico agoniza” y “la fantasía, realidad e ilusión, leyenda y superstición de Gabo o lo que ellos llaman literatura ‘rural’, no convence en un país que demanda obras de denuncia social urbana y violenta”. (El Espectador, 15 de julio de 2008)

¡Qué vaina, hombre! Estos muchachos salen al exterior y se les suben los humos. Olvidan que son escritores y se vuelven aprendices de mercadeo: repiten, como cotorras, las babosadas de los gerentes de sus editoriales seudoplanetarias.

¿Agoniza Macondo? Si el encono es por las ventas, algo accidental a la literatura, recuerden que el libro más vendido en Colombia el año pasado fue Cien años de soledad, que cumplía 40 años de rozagante salud. Si la tirria es por una pretendida insuficiencia de García Márquez para reflejar la “vida misma”, me pregunto: ¿hasta cuándo perdurará entre nosotros la manía leninista de ver a la literatura como un espejo de la realidad? Prefiero imaginarme a los escritores de ficción como lo que son en verdad, creadores, y no meros copistas del entorno, amarga tarea a la que se dedican periodistas, historiadores, antropólogos, políticos, etcétera.

Cuando leo Cien años de soledad, su texto inconsútil –sin hilvanes ni costuras, como la túnica del Nazareno– obra maravillas en mi espíritu. No quiero que se acabe la frase que estoy leyendo, a sabiendas de que tarde o temprano llegará a su fin. Quiero que sea eterno el placer que siento, y no efímero, como por desgracia es. Dejo de ser y por unos instantes caigo a plenitud en el engaño que me propone la (buena) literatura: acepto como real algo que no lo es ni lo será nunca, algo ficticio, quimérico, el mejor invento de Melquíades. Y este artificio subsistirá mientras haya lectores que prefieran el uso de la imaginación a la mísera constatación de la miseria.

¿Acaso lo mágico, lo milagroso, lo mítico, lo legendario y lo fantástico no alcanzan para recrear las pedestres circunstancias de este país? ¿Mejor un realismo macarrónico que el realismo mágico? ¡Válgame, Dios! Descalificar a García Márquez resulta tan cándido (y tan fallido) como descalificar a Tolstói, Proust o Faulkner. Tan tonto, además, como deshonrar a Orhan Pamuk porque escribe sobre la vida provinciana en Turquía (otra nación repleta de “pornografía, drogas, prostitución y bandas callejeras”) o a Antonio Lobo Antunes porque, sin cansarse ni cansarnos, nos brinda su nostálgica visión de Lisboa y Benfica o de la guerra de Angola. Cada novelista es el demiurgo de su creación. Y punto. Lo demás son habladurías de abarroteros.

Mendoza, hazme caso, no te dejes tentar por “Aquel a quien la Biblia llama Satanás, el Adversario”, como aconseja uno de los epígrafes de tu novela. Vade retro, Satán. No confundas farándula con literatura ni marketing con crítica literaria. No te dejes llevar por la soberbia ni por la puerilidad. No digas más pendejadas, Mario. Mejor relee a García Márquez. O léelo, si es que, para tu infortunio, aún no lo has hecho, como lo dan a entender tus desdichadas declaraciones.

Rabito de paja

De Nahum Montt, el otro fulano de Gijón, no he leído nada y por eso callo. A riesgo de pecar de prejuicioso, voy a demorarme en frecuentar sus páginas. Con sus disparates sobre Macondo, me sobra y basta.

viernes, 1 de agosto de 2008

Dos izquierdas serían mejor que una

31 Jul 2008 - 8:11 pm El Espectador

Esteban Carlos Mejía

Rabo de paja

Dos izquierdas serían mejor que una

Por: Esteban Carlos Mejía
EMPIEZO CON UNA CITA DE NORberto Bobbio que, según la viscosidad con que se mire, resultará una perogrullada o una sumisa aceptación de la realidad: “Ningún izquierdista puede negarse a admitir que la izquierda de hoy ya no es la de ayer”.

¿Cómo es la izquierda de hoy en Colombia? ¿Una en dos o dos en una? ¿Su actual unidad es consecuencia de la más amplia crítica y de la más estricta autocrítica en cuestiones sustanciales como los socialismos del siglo 21, la democracia, el Estado, la soberanía nacional, el neoliberalismo, o, por el contrario, es apenas fruto de la oportunidad, las circunstancias y la coyuntura política?

A juzgar por un solo tema, —los zigzagueos y perplejidades frente a los métodos y propósitos de la llamada “insurgencia armada”—, creo que la izquierda colombiana, en la práctica, no tiene un polo sino dos.

En un polo languidece la izquierda minoritaria que cree que combinando todas las formas de lucha, vencerá. La que “no está ni a favor ni en contra de las Farc”. La que aún sostiene que “es también equivocada la idea de que la lucha armada ha perdido su vigencia en Colombia”. La que, sin pena ni gloria, añora el comunismo soviético. La que, en sigilo, considera que “el fin justifica los medios”. Para tales izquierdistas, el triunfo de la revolución justifica el narcotráfico, el secuestro, la extorsión, la aniquilación de la población civil, el reclutamiento forzoso y la violación a los derechos humanos. Para ellos, el socialismo (el fin) justifica el bandolerismo (los medios). Es el polo mamerto de la izquierda, dicho sin caridad ni cortesía, pues sus ideas y, sobre todo, sus acciones no merecen respeto sino escarnio y repudio.

El otro polo, para empezar por lo más sencillo, intenta llamar a las cosas por su nombre. Por ejemplo, al imperialismo norteamericano lo llama imperialismo norteamericano, y no “Imperio”, caricaturesco eufemismo sonsacado de La guerra de las galaxias con el que los Daniel Ortega y los Evo Morales —quizá la tendencia más atrasada de la izquierda latinoamericana— se refieren a Estados Unidos y sus políticas de hegemonía y globalización. Esa otra izquierda es la izquierda desarmada que denuncia a la parapolítica por su verdadero carácter, parauribismo. Una izquierda sin concesiones ni veleidades ni ambigüedades ni esguinces teóricos ni nada con la lucha armada, el foquismo guerrillero o el seudo maquiavelismo de la combinación de todas las formas de lucha. Una izquierda radicalmente civilista y a favor de un socialismo democrático y sostenible. Una izquierda opuesta a la explotación, la discriminación y la injusticia del capitalismo. Una izquierda no violenta, libertaria, pluralista, tolerante, igualitaria y pacífica. Una izquierda mayoritaria.

Por el bienestar de la sociedad colombiana sería muy bueno que estas dos izquierdas (el mamertismo y el socialismo democrático) se deslindaran y echaran a andar cada cual por su propio camino.

Rabito de paja

En este sentido, la franqueza ideológica, perspicacia política y capacidad crítica del Partido de los Trabajadores de Brasil (www.pt.org.br), el socialismo petista de Lula, son más inspiradoras que el bolivarismo de Chávez o el sandinismo de Ortega. Más estimulantes y menos lúgubres. Sin duda alguna.

martes, 29 de julio de 2008

Tres poemas tres de Verano Brisas


Poema de los jodidos vikingos


Los jodidos vikingos se lanzaron

por los jodidos mares del Norte

y otras aguas igualmente jodidas

en sus muy bien jodidas embarcaciones

para romperles el jodido culo

a todos sus jodidos enemigos

en varios jodidos continentes

donde la gente jodía cada noche

y cada día de sus jodidas vidas

como si estuviera en un jodido paraíso.

Y parece que el jodido Tuerto

auspiciaba las jodidas fechorías

de sus jodidos guerreros

con una jodida complacencia

evitando que jodidamente claudicaran

en sus jodidas invasiones

y ayudando en la forma más jodida

para que vencieran en sus jodidas batallas

no sólo en la jodida Escandinavia

sino en todos los jodidos lugares

diferentes a la jodida "Península del Placer"

donde se hallara una jodida puta

o el más jodido puto

dispuestos a dejarse joder por su jodido culo

allende los jodidos mares donde las jodidas olas

rompían jodidas en las jodidas playas.

Así los jodidos vikingos

jodían el trasero de las jodidas hembras

que anhelaban ser jodidas por los jodidos invasores.

Ellas agradecían al jodido Odín

por no haberlas olvidado en los jodidos trances

que tenían que vivir con tan jodidos machos.

Y el jodido Tuerto mostraba sus jodidos poderes

favoreciendo las jodidas bacanales

y las no menos jodidas esperanzas que guardamos

todos los jodidos y jodones

que jodemos tan jodidamente en el jodido mundo.


Jerarquías

Todo

es como

una pirámide:

la parte más pequeña

y refinada, debe encontrarse

en el ápice. Al descender, el volumen

aumenta hasta llegar a la base, amplia y pedestre.

Arriba

están los

guerreros y los nobles,

seguidos por los sacerdotes.

Más abajo aún, los industriales,

los comerciantes y los campesinos ricos.

Luego, la mezcla de los subyugados que aplastan

inconscientemente a los ilotas sin trabajo y sin patria.

Eso

vale para

todos, pero no

para vosotras, prostitutas

legendarias. Porque si os place

podréis elevaros de lo profundo del foso

hasta el mismo cielo, más allá de las cúspides

piramidales que imaginan los poderes y las castas.


Simonía de amor

Aunque no soy creyente,

y me tienen sin cuidado los asuntos religiosos,

por un beso de tu boca cantaría

ochenta salmos con el Gloria tibi Domina.

Por repetir ese beso entre tus brazos,

diría con devoción siete mil Ave Marías.

Por la primera caricia, setenta y ocho Salterios.

Por una adehala agregaría

innumerables veces O Gloriosa Domina.

Por el botón de tu ombligo,

donde mi lengua intuye los aromas del jardín,

rezaría de rodillas Alma Redemptoris Mater

Por esa rosa entreabierta, palpitante y cálida,

que guardas no tan secretamente

entre tus muslos de reina,

gritaría con todos mis pulmones,

durante la noche que así me regalaras:

¡¡¡Ave Santíssima María!!!


Verano Brisas

De Simonía de amor

Arquitrave, 2007

Tres poemas de Piedad Bonett


Tu boca viene a mí

Tu boca viene a mí, solo tu boca.
Viene volando,
libélula de sangre, llamarada
que enciende ésta mi noche de ceniza.
Toda la sal del mar habita en ella,
todo el rumor del mar,
toda la espuma.
Boca para los besos dibujada,
donde duerme tu lengua tentadora.
Todo el vino del mundo está en tu boca,
todo el pecado
y la inocencia toda.
Boca que calla y cuando dice, oculta.
Capaz de toda la verdad tu boca,
de toda la verdad y la mentira.
Ríe tu boca y se despierta el día.
(Relámpagos de nieve hay en tu risa).
Como un tropel de potros me atropellan
los besos de tu boca deliciosa;
tu boca, mariposa equivocada,
tu boca ajena que se desdibuja
en mi noche de círculo y ceniza.


Saqueo

Como un depredador entraste en casa,
rompiste los cristales,
a piedra destruíste los espejos,
pisaste el fuego que yo había encendido.
Y sin embargo, el fuego sigue ardiendo.
Un cristal me refleja dividida.
Por mi ventana rota aún te veo.
(Con tu cota y tu escudo me miras desde lejos).
Y yo, mujer de paz,
amo la guerra en ti, tu voz de espadas,
y conozco de heridas y de muerte,
derrotas y saqueos.
En mi hogar devastado se hizo trizas el día,
pero en mi eterna noche aún arde el fuego.

De De círculo y ceniza


Canción del sodomita

Habrá una grandísima peste...
Éxodo, 9,3.

Han izado el amor. Lo están clavando
coronado de ortigas y de cardos.
Le han cortado las manos, han echado
sal y azufre en sus pálidos muñones.
Ah, mi joven amado, el tiempo es breve.
Suenan ya las trompetas e iracunda
la luna enrojecida afrenta al cielo.
Déjame acariciar tu frente ardida en sueños,
contemplar para siempre tus párpados violeta.
Deja que desanude mi deseo,
que coloque la palma de mi mano
sobre la rosa hirviente que florece en tu pecho.
Ah, mi joven amado que duermes mientras huye
la multitud con un largo sollozo:
una lluvia de sangre cae sobre Sodoma.
Dame tus muslos blancos, tu axila, el dulce cuello,
antes de que en silencio se deslice
el ángel con su espada de exterminio.

De El hilo de los días


viernes, 18 de julio de 2008

Doña Piedad Londoño de Chávez

Esteban Carlos Mejía

Rabo de paja

Doña Piedad Londoño de Chávez

Por: Esteban Carlos Mejía
DICE LA SENADORA PIEDAD CÓRDOBA que está tranquila y dispuesta a atender el llamado de la Justicia en el caso de la farcpolítica. “Ah, como yo no creo en los computadores de Raúl Reyes” —dice para darse aliento—.

Su raciocinio es mero realismo mágico. “Como yo, Piedad Córdoba, no creo en los computadores de Raúl Reyes, entonces los computadores de Raúl Reyes no existen.” Puro y simple pensamiento salvaje, como lo registró Claude Lévi-Strauss. Para ella, la realidad es prolongación o tentáculo o reflejo de su pensamiento, no al revés.

Hace unos años a un ministro del Interior le dio un embeleco parecido. “Como yo, Fernando Londoño Hoyos, creo que ya no hay ni una mata de coca en el Putumayo, entonces, por arte de birlibirloque, ya no hay ni una mata de coca en el Putumayo”. Incluso hizo un reto: “¡muéstrenme una, si son capaces!” ¿La realidad es reflejo del pensamiento o el pensamiento es reflejo de la realidad?

El coronel golpista no se queda atrás. “Como yo, Hugo Chávez Frías, creo que Venezuela es socialista, entonces Venezuela es socialista.”¿Esquizofrenia? ¿Idealismo? ¿Harry Potter a la criolla? ¿Disfunción epistemológica? ¿Exceso de fluoxetina?

Hasta ahora, sin embargo, el campeón es europeo. “Como yo, Frederich Blassel, de Radio Suisse Romande (RSS), creo que el rescate de Íngrid y compañía es un montaje, entonces el rescate de Íngrid y compañía es un montaje”. Onanismo cósmico, más bien: una patraña en la que se pusieron de acuerdo, entre otros, Íngrid, los 11 policías y militares, los 3 gringos, el presidente Uribe, el ministro Santos, los generales Padilla de León y Montoya, Yolanda Pulecio, Melanie y Lorenzo, Juan Carlos Lecompte, Luis Eladio Pérez, Sarkozy, Carla Bruni, George W. Bush, Fidel Castro, el alcalde de París, la CNN en español, la BBC de Londres, Cristina Kirchner, Michelle Bachelet, Lula, Benedicto XVI. Y, por supuesto, las Farc con sus comandantes César y Enrique Gafas y Alfonso Cano y las guerrilleritas que custodiaban el cocal como si estuvieran en una tomatera. Los montajes son como el cohecho: siempre se necesitan dos partes: cohechadores y cohechados, los que la montan y los que se la dejan montar.

Esta deformación cognoscitiva o ideológica parece contagiosa. Rafael Correa y Daniel Ortega y Evo Morales también piensan, contra toda evidencia, que la realidad es obra y gracia de sus mentes. Como tampoco creen en los computadores de Raúl Reyes, entonces los e-mails del Mono Jojoy y de Iván Márquez son ficción. Como creen que la guerrilla aún es insurgente, entonces las Farc son comunistas como Marx y Engels. Como no creen que el pueblo colombiano se opone al bandolerismo mamerto, entonces las marchas en contra de la guerrilla son una maniobra de la embajada del “Imperio”. Creen que de sus lucubraciones personales surge el mundo material, ni más ni menos. ¡Allá ellos!

Pero casi siempre los hechos de la vida son más tozudos que la fantasía o el deseo. Puede que Piedad Córdoba no crea o no quiera creer en los computadores de Raúl Reyes… pero que los hay, los hay.

~~~

Rabito de paja.- A la izquierda colombiana, huérfana de autocrítica, le convendría deslindarse de las alucinaciones de estos compadres, incluida la comadre, y hacer, como se acostumbraba antes, “un análisis concreto de la realidad concreta”. Aunque duela y sepa a cacho.

viernes, 4 de julio de 2008

Gentecita del montón

| 3 Julio 2008 - 8:46pm

Esteban Carlos Mejía

Rabo de paja

Gentecita del montón

Por: Esteban Carlos Mejía
POR ESA ÉPOCA, RUBIANO ERA BOGOtano y vivía en Manrique, en las laderas nororientales del valle de Aburrá. Trabajaba como corresponsal y fotógrafo de un periódico casi inexistente: doctrina densa, circulación azarosa (nunca o casi nunca), impresión mediocre. Un día lo mandaron a cubrir un paro cívico en Bello, a un extremo de Medellín.
Fuimos juntos. Las masas, así se decía en 1976, no pasaban de doscientas o trescientas personas: obreros, señoras, estudiantes, muchachas en bluyines, vagos y viejitos pensionados. Once de la mañana, domingo, frente a la Alcaldía. Un concejal nos arengó desde una banca.

Sonaron unos disparos: las masas no dudaron en dispersarse. Mientras huíamos (o nos replegábamos) por las solitarias vecindades, Rubiano tuvo el pulso firme (o tembloroso) para operar su Nikkon. La fotografía aún me parece perfecta: está movida y borrosa, eso sí, y se ve un gentío que brinca acá y allá, unos se agachan despavoridos, otros alzan los puños o abren las bocas, un fulano está a punto de caer al suelo. “Áhi no hay nada”, dijeron los comisarios del periódico y colgaron el material, incluida la crónica. “No son tiempos propicios para la ficción”, le dije a Rubiano, muy serio.

Pero él creía que sí. En 1981, su colección de cuentos ‘Gentecita del montón’ fue premiada por la Fundación Gubereck y Carlos Valencia Editores. Es una hermosa apología del delito de vivir. No le gustó a ciertas rémoras. A ver, ¿dónde están las masas? Hay que relatar las epopeyas del proletariado no las cucarronadas del lumpen. ¡Mucho diletante! Y todo porque Rubiano, con sutileza, se había arrimado al iceberg de la literatura y se había alejado a zancadas del albañal del panfleto.

Lectores menos ineptos apreciaron en ‘Gentecita del montón’ un distanciamiento del espíritu semirrural del cuento urbano colombiano y una aproximación poco condescendiente a la mezquindad y parvedad de la vida ordinaria. Fue, además, una apretada condensación de las lecturas perpetuas de Rubiano: el buen Capote, Faulkner, J. G. Ballard, Cortázar, Hemingway, J. D. Salinger, Cabrera Infante, Norman Mailler, Kurt Vonnegut, Herman Melville.

Rubiano se fue para Ecuador, en donde, aparte de escribir, se hizo famoso por ser el barman de la mejor taberna de salsa de Quito, Seseribó. En 1991 publicó ‘Alquimia de escritor’ (Intermedio Editores), selección de textos sobre su oficio, un clásico que se reedita cada dos por tres.

Luego aparecieron ‘El informe de Galves y otros thrillers’ (Tercer Mundo Editores), mero rock’n’roll y cinema, y ‘Vamos a matar al dragoneante Peláez’ (Espasa), ¡full Bogotá! Y en 2001, su excelente novela ‘El anarquista jubilado’ (Espasa), gozoso homenaje a la utopía y a la desilusión de las generaciones del sesenta y el setenta y pico. Ahora escribe y toma fotos, conmovedores retratos fractales de esta capital en la que exhippies, ñeros y menesterosos del común intentan vivir o rehacer sus vidas.

En un país tan caudillista como Colombia no es de extrañar que también haya caudillos en literatura (Isaacs, Vargas Vila, García Márquez, en prosa) y que otras voces igual de memoriosas, imaginativas o mágicas estén condenadas a puñados de lectores sagaces, desprevenidos e inteligentes. Es el destino de los autores de culto, como Rubiano. Dios lo bendiga y la Virgen lo acompañe.

Rabito de paja. “—Él era un cliente especial. Era escritor, sabe usted… / —No, no lo sabía —dice Poncho—. ¿Y usted sí cree que los escritores son personas normales? / —Claro, escriben sobre lo que pasa en las camas de los demás. Les gusta mirar”. ‘El anarquista jubilado’. Roberto Rubiano Vargas. (Espasa, 2001)

  • Esteban Carlos Mejía

jueves, 26 de junio de 2008

Breviario

VII
Si él solicita algún favor de mi cuerpo,
no se lo negaré.
Pero en cuanto decida hablarme,
enmudeceré.
Yo, la diosa del amor, sólo sé de gritos y aullidos.

IX
Maldices los pasos
que da para alejarse de tu lado;
pero peores, bien lo sabes,
fueron los que la trajeron hasta ti.

XV
Me pides que te diga la verdad,
me pides que sea sincero
y muestre mis reales intenciones.

Pero no puedo: te amo.

XVII
Mi poesía ha sido ignorada
y cayó al fin el Imperio;
¿cómo esperabas, Lesbia,
que mi amor fuera eterno?

XXIX
Si fueras mi alma gemela,
mi otra mitad,
deberías saber por qué callo.

XXXI
La adolescente despreocupada
que pasaba en bicicleta,
la que mascaba chicle
y se sentaba, plácida,
en el borde de la acera,
esa que aún tiene tus mismos ojos,
¿en qué parte de ti vive, señora?

XLIV
Dices
morirte de amor.
¿Te atreverás a dar
una muestra sincera de ello?

XLVIII
Juré amarte por toda la vida;
sí,
enloquecido de amor.

Jaime Alberto Vélez (1950 - 2003)

sábado, 21 de junio de 2008

$13.477,20 por segundo

HABLEMOS DE PLATA: “AL 30 DE abril de 2008, la utilidad acumulada neta sin consolidar de Bancolombia totalizó $425,0 miles de millones, incrementándose 56,6% comparada con las cifras del mismo periodo en 2007”. (www.grupobancolombia.com).
Una ganancia casi inverosímil, complicada de captar, en especial a mentes acostumbradas a la tacañería del salario mínimo: 425.000 millones de pesos al año. Esto es, $1.164’430.137 por día, suponiendo que el banco hubiera trabajado sin parar a sol y sombra, 365 veces al año: más de mil millones de pesos por día. Esto es, $48’517.922 por hora, volviendo a suponer que los empleados del banco no almuerzan ni sus vigilantes, revólver en mano, hacen siesta. Más de 48 millones de pesos por hora. Esto es, $808.632 por minuto. O sea, para abreviar los cálculos de este nuevo y ácido índice financiero, $13.477,20 por segundo. Ahora sí: utilidad acumulada neta sin consolidar de Bancolombia: trece mil cuatrocientos setenta y siete pesos con veinte centavos por segundo.
Cuente hasta 10 para que se le pase el asombro o la rabia. ¿Ya contó? Pues, ahí Bancolombia se ganó $134.772. Si le parece poco, como a algunos, entonces tenga en cuenta que mientras usted lee esta columna hasta este punto (marcado con una estrellita, *) han pasado, contados a la carrera, unos 180 segundos, suponiendo que usted haya sido capaz de leer sin titubear la cifra de utilidades por día, $1.164’430.137, mil ciento sesenta y cuatro millones cuatrocientos treinta mil ciento treinta y siete pesos, moneda legal. Lo que da, damas y caballeros, $13.477,20 por 180 segundos: $2’425.896. Casi dos millones y medio de pesos mientras leía hasta la estrellita. Mejor lea más rápido, sin respirar, tráguese uno o dos mil millones y ahórrese el signo $. O más despacio, peso a peso, si por casualidad es accionista del banco.
¡Qué utilidad, Dios mío! $13.477,20 por segundo: una cifra colosal: un lucro fabuloso. Creo yo, gentecita del montón. No piensa igual Jorge Londoño Saldarriaga, presidente de Bancolombia: “Todos los negocios buscan la rentabilidad del capital y, téngalo por seguro, la de las instituciones financieras no es la más alta del país”. (El Espectador, 8 de junio de 2008). Vuelva a leer, a $13.477,20 por segundo: la rentabilidad del capital de las instituciones financieras, entre las cuales sobresale Bancolombia, no es la más alta del país. Y no lo digo yo, téngalo por seguro.
¿Se embolsillan $13.477,20 por segundo y todavía les parece poco? Con razón tienen el eslogan que se merecen, esa pregunta de arribistas a la que, por ignorancia o por descuido, le suprimieron el signo de interrogación de apertura, en contravía de las modestas y de por sí poco rentables normas de ortografía de la lengua española: Qué tan alto quieres llegar?
~~~
Rabito de paja.- Confiemos, quién quita, en la justicia poética: “Porque es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios”: Lucas 18: 25.

jueves, 12 de junio de 2008

Canción del amor sincero

Prometo no amarte eternamente,
ni serte fiel hasta la muerte,
ni caminar tomados de la mano,
ni colmarte de rosas,
ni besarte apasionadamente siempre.
Juro que habrá tristezas,
habrá problemas y discusiones
y miraré a otras mujeres
vos mirarás a otros hombres
juro que no eres mi todo
ni mi cielo, ni mi única razón de vivir,
aunque te extraño a veces.
Prometo no desearte siempre
a veces me cansaré de tu sexo
vos te cansarás del mío
y tu cabello en algunas ocasiones
se hará fastidioso en mi cara.
Juro que habrá momentos
en que sentiremos un odio mutuo,
desearemos terminar todo y
quizás lo terminaremos,
mas te digo que nos amaremos
construiremos, compartiremos.
¿Ahora si podrás creerme que te amo?

Raúl Gómez Jattin

viernes, 6 de junio de 2008

Serás taxista

| 5 Junio 2008 - 8:32pm

Esteban Carlos Mejía

Rabo de paja

Serás taxista

Por: Esteban Carlos Mejía
A LAS TRES CUADRAS EL TAXISTA SE pone a contarme una historia de la vida ordinaria. Cuando Pablo Escobar mandaba en Medellín, dice, y era un rey sin corona, según proclama su epitafio, le mandó a pegar una calcomanía al vidrio de atrás del carro de una hermana: ‘Este carro es de la hermana de Pablo Escobar. No se lo robe. Evítese molestias’.

No me crea tan pendejo, digo, y nos reímos juntos. A los taxistas les sobra marrulla, memoria o desmemoria, fetichismo: mera recocha.

Y no me refiero a ellos como seres de carne y hueso ni mucho menos como “personificación de categorías económicas”, al gusto del astuto Marx, ni siquiera como “representantes de determinados intereses”. No, como el anofeles ayuda a transmitir el paludismo, los taxistas transmiten, sin querer queriendo, la ignorancia acumulada y las leyendas urbanas, estereotipos, prejuicios y absurdos que conforman nuestro imaginario colectivo.

Fueron, por ejemplo, los primeros en reclamar que a este país le hacía falta un Fujimori. Ahora que tenemos uno dicen que es un berraco. Y pobrecito del que se atreva a llevarles la contraria. ¿Y los paracos? Un mal menor. Me ofusco: ¿pero acaso no son iguales a la guerrilla, el mal mayor? Confunda pero no ofenda, amigazo.

Tratan a los muertos como si estuvieran vivos. Carlos Gardel no se achicharró en un accidente en el campo de aviación hace ya más de setenta años. Ni la Policía mató a Pablo Escobar en el techo de la casa donde se escondía. Carlos Castaño aún vive, al igual que su hermanito Rambo. Ahora que está temblando, en la China y en Quetame, se acuerdan del ‘batolito antioqueño’, un incomprobable manto subterráneo que protege a Medellín y a sus empinadas laderas contra cualquier seísmo.

Sus perspectivas políticas son arrevesadas, por lo demás: Fajardo fue mejor alcalde que LuPe, sí, pero, se lamentan con nostalgia, ‘los políticos de antes robaban y dejaban robar’. ¿El mejor presidente de Colombia? Qué bobada, eso no se pregunta. Lástima que no sea vitalicio. ¿Ah, sí?, digo, por no quedarme callado. ¿Y las alzas en la gasolina? La culpa es de Chávez, patroncito.

Creen en lo que quieren creer, y se lo hacen creer a sus clientes, con una convicción que podría ser poética si no fuera patética. Los pasajeros, cándidos habitantes de Macondo, se bajan del taxi y repiten por doquier lo que han oído, en una propagación casi fractal de exageraciones sin sentido y de opiniones sin pies ni cabeza.

Cabeceo con escepticismo. Mi percepción es distinta, digo. Me miran por el retrovisor con misericordia. A usted le falta fe, amigazo. Si la vida le parece berraca, póngase a manejar taxi y verá. Al cabo de doce o catorce o más horas al volante, a duras penas alcanza para pagar gasolina, lavada, brillada, cuota, mercado, útiles del colegio, alquiler, servicios públicos, sin contar lo que le toca al dueño del carro. No queda ni para ir a ver jugar al Nacional, papá. Además toca aguantarse a los azules con sus multas y contravenciones y el pico y placa y los tacos y las obras de Metroplús y las pirámides de la Oriental y a los incrédulos como usted. ¿Sabe qué le dijo Dios a Adán cuando lo echó del paraíso? ¡Serás taxista, hijuemadre!

Rabito de paja.- ¿Quién hizo el mejor tiempo en la etapa contrarreloj de la reciente Vuelta a Colombia? Hernán Buenahora. ¿Quién más iba a ser?

* Novelista y periodista antioqueño.

sábado, 31 de mayo de 2008

Ni antes ni después

Astro se asomó a la puerta del bar, empinada en sus negras botas de punta, e hizo mala cara.
No había ni una mesa libre. Gente parada en los pasillos y junto a los grandes bafles. Combos y parejas, serias y comprometidas con la rumba. Treintañeros, si mucho. O a punto. Ellas, ex muchachas, con semblantes rabiosos e inertes, y ropas estrafalarias, casi toda la carne al desnudo. Ellos, aún muchachos, atentos a cada par de tetas y a cada culo. Cariacontecidos, los pobres.
Fueron hasta el fondo, al lado de los baños, donde a veces había sitio. Nada. Se devolvieron a la barra, alta y manoseada, pensada más como trinchera para defensa del barman y sus ayudantes que como lugar para hacer tertulia. Astro y Omaira se sentaron en los dos únicos butacones vacíos. Maurixio y Gus se quedaron parados frente a ellas, alertas también, pendientes de tanto coño y de tanto desorden.
-Este planeta sí está hecho para el disfrute de ustedes, los hombres –dijo Astro, al pillarles las miradas, y movió la cabeza con innegable desaprobación.
-Aunque el feminismo clame lo contrario, mamita –replicó Maurixio, y se rió sin ton ni son.
Pidieron vodka: carísimo. El whisky, ni se diga. No querían cerveza ni gaseosas ni cocteles de quincalla. La mesera les dijo que afuera podían conseguir éxtasis y anfetaminas de colores.
-Vinimos a beber, no a meter pepas –dijo Gus.
A nadie le provocó ron con Coca Cola. Mucho menos vino en copa. Se conformaron, entonces, con aguardiente.
-Al marrano con lo que lo criaron –proclamó Astro, no sin experiencia, y rieron contentos.
De pasante les dieron uchuvas, mango y pedacitos de coco. Y agua, cortesía de la casa.
-¿No tenés crispetas? –se antojó Omaira.
Era compacta y bien hecha y bajita y algo rolliza, por lo que de lejos (y de cerca) se veía menos sexy que Astro, un maniquí de carne y hueso y músculos flexibles y cuello erguido y cintura apretada y nativa, piel oscura, como cáscara de zapote, y el hoyito del ombligo enterrado entre sombras sonámbulas.
Chuparon guaro, fumaron, hablaron mierda y mamaron gallo.
En un arranque, Gus cogió con los dientes una cajetilla de Marlboro y se puso a bailar enfrente de Astro, una seudo impúdica danza de velos, a la inversa, pues la que debería menearse como una hurí o esclava de harén era ella, no él, espigado y terco como un medio campista.
-¿Hey, viejo Dud, adónde vas? –se intrigó Maurixio, a medida que Gus culebreaba ante Astro.
Omaira se inclinó para ver bien y luego se enderezó, desengañada, la maniobra no era tan complicada como parecía desde arriba. Astro se bajó del butacón. Su cintura quedó a la altura de la cara de Gus, ya casi de rodillas. El bluyín se sostenía con una correa de cuero, negra como las botas, o con un retazo de tela deshilachada, la visibilidad era precaria. Astro echó la pelvis hacia adelante, al ritmo de la música, cualquier disparate, Amy Winehouse o Morphine, y aplastó su pubis casi contra la jeta de Gus, que tuvo que tragar saliva para no dejar caer la cajetilla al piso, sucio de colillas y del tierrero de los zapatos de la gente. No sin cierto esfuerzo logró meter la cajetilla entre la pretina del bluyín y la piel nativa. Luego, con la punta de la nariz, desplazó la parte de arriba de la cajetilla y le pegó un súbito lengüetazo al ombligo de Astro. Ella, retrechera, reculó contra la barra.
-¡Hey! –se opuso, aunque a las carcajadas.
-Caliente, caliente, caliente –dijo Gus, con picardía.
Maurixio se agachó, abrió la cajetilla, aún acomodada entre los descaderados de Astro, sacó un cigarrillo y lo prendió con un mechero de gas, de motociclista, ruinoso y caro.
-La frivolidad hace ver sensatas a las personas, viejo Dud –dijo, enigmático, y le sobó la cabeza a Gus.
En una mesa cercana hubo interjecciones, contrariedades, ceños fruncidos y codazos a los novios, embelesados por el ombligo de Astro. Incluso una ex muchacha alzó la voz con rabia: “Qué asco ese par de grillas”. En la barra se desentendieron del insulto.
-La envidia da artritis –dijo Astro, y levantó un dedito, casto y puro-. Mínimo.
Omaira no se quiso quedar atrás, malencarada, eso sí:
-Sí, que se pudran las podridas.
-¡Quiero ser tu pecado, tu fuego, tu tormento! –suplicó Gus, entre risitas pringadas de saliva, todavía de rodillas, como si el pubis de Astro fuera un icono colonial o una estampa religiosa.
De repente, todos, los cuatro, cayeron en cuenta de que, sin darse cuenta, se habían emborrachado.
***
Maurixio retuvo a Astro por la cintura, con sus manos nudosas y fornidas.
-¿Te parezco que estoy buena? –le preguntó ella a Gus.
Omaira lo miró con curiosidad. Él se incorporó, volvió a tragar saliva y se clavó un aguardiente. Astro cogió las manos de Maurixio y se las deslizó por los costados del descaderado, desde la cintura hasta la cola, palmo a palmo.
-Estás como quieres estar –gagueó Gus.
-Hombre cobarde no prueba mujer bonita –sentenció Maurixio y con torpeza sobó las caderas de Astro.
-¿Qué es eso, por Dios? –se enojó Omaira -. “¿Estás como quieres estar?”. Así no hablan los varones. Jamás de los jamases. Somos nosotras las que hablamos así. Ustedes dicen “¡cómo está de chimba esa malparida!” o “huy, qué tarrado de vieja”.
La cantaleta la dejó exhausta. Astro no le hizo caso.
-Te emborrachaste, Oma. Porque yo sí estoy como quiero estar.
Meneó el culito, como si fuera la zanahoria del garrote y la zanahoria. Y agregó:
-Gracias a mi dieta baja en hidrocarburos.
-Será en carbohidratos –la corrigió Gus, de buen modo-. La dieta, quiero decir.
-¿Qué?
Como pudo, le explicó la diferencia.
-Si fuera baja en hidrocarburos la tuya sería una dieta baja en gasolina, aceite, petróleo, benzina, ACPM, lubricantes…
-Lubricar es una palabra que me excita instantáneamente –dijo Astro.
-¿Lubricantes? –vaciló Omaira, confundida-. No entiendo. A mí me gustan otras cosas…
-¿El ACPM? –dijo Maurixio
-Supongo que tu dieta debe ser baja en arroz, pastas, pandebonos, mecato, buñuelos, en harinas, o sea, en carbohidratos.
-Ay, vos sos un amor de pendejo –dijo Astro y se atragantó, con una risa radiante y cínica que le alegró la cara bonita-. Y sabés tantas pendejadas…
Gus no encontró ninguna frase para justificarse. Arrugó los labios en un puchero de desagravio.
-Ahora sí me perdí –se lamentó Omaira, y sus senos, rebosantes y robustos, se agitaron bajo el suéter de lana, azul petróleo, escote en V, una V profunda y sesgada como una Y por el peso de los bultos de silicona.
-Lo vi en una película italiana –dijo Gus, al rato.
-¿Qué cosa, viejo Dud? –preguntó Maurixio.
-Lo de los hidrocarburos y los carbohidratos.
-¿Hace años? –se burló Astro: no le había gustado que Gus la corrigiera en público.
-No, en DVD. Nos amábamos tanto, así se llamaba, me parece.
-Me explican, por fa… –lloriqueó Omaira.
Astro se ajustó las manos de Maurixio en la cintura, sin malicia, y prendió un cigarrillo, empujado con la colilla del que él acababa de fumar.
-La buena memoria me persigue –se disculpó Gus, aún incómodo por la metida de pata.
-¿Como la eyaculación precoz? –dijo Astro, quisquillosa.
Maurixio y Omaira se taparon la cara con las manos, sonrosadas y achaparradas las de ella, desiguales y atléticas las de él.
-Brutal y sanguinaria –atinó a decir Gus y trató de mirarla a los ojos-. Toda eyaculación precoz es procaz –y se calló en seguida, con un chasquido de muelas, basta de pendejadas, no más jueguitos de palabras esta noche.
-Mejor vamos a bailar –se inspiró Omaira, optimista radical, aunque seguía sin entender ni jota.
Remolcó a Gus hasta una de las pistas. Bailaron separados, manos arriba como en un atraco. Las tetas de Omaira, exuberantes bajo el suéter, se sacudían como señales láser sincronizadas con el bum bum bum de la música. Quiso amacizarla pero ella se negó con la cabeza. Entonces siguieron como estaban, conscientes de la secuencia del deseo, una emoción invisible que los enardecía, más a Omaira que a Gus, empecinado en imaginarse que bailaba con Astro y no con ella.
Cuando volvieron a la barra, los otros se habían ido. El barman les pasó una servilleta de papel. Omaira se la arrimó a los ojos, entre los fucilazos multicolores y el áspero humo que le congestionaba la nariz.
-Nos vamos para un motel –informó, después de leer el mensaje, escrito con la letra firme y erecta de Maurixio-. Mao y Astro están en el carro. Y que Maurixio ya pagó, que después cuadran.
***
Maurixio metió el carro al garaje de la suite 19, sin raspar las paredes ni abollar el guardabarros. Astro se bajó, se apoyó en la pared. A tientas, buscó el suiche de las luces. Prendió todas menos las que hacían falta.
-No quiero acostarme con el viejo Dud –dijo, de pronto, seria perdida.
-¿Por qué no? –se interesó Omaira-. Veterano pero sirve.
-Eh, yo no soy tan cucho, pues –renegó Gus-. Apenas les llevo cuatro o cinco años.
-¿Y le parece poquito? –se burló Astro, con inclemencia-. Viejo verde.
Gus miró a Maurixio, para aclarar las vainas.
-Habíamos quedado en intercambiar tortas. ¿Sí o qué?
Omaira se babeó de la risa.
-¿Tortas? ¿Eso somos nosotras pa’ los hombres? Tortas.
-Tortas y panochas –volvió a burlarse Astro.
-Bizcochitos, pues –se inmiscuyó Maurixio, conciliador, no iban a tirarse la noche por una riña de panaderos, y en seguida miró a Gus-. Eso fue lo que cuadramos, sí, señor, todos contra todos.
-Puede ser –dijo Astro-. Pero yo no me voy a acostar con él.
-¿Por qué no? –preguntó Gus-. ¿Por qué?
–Es que vos sos un sabelotodo ahi.
-Demasiado inteligente –corroboró Omaira, con una sonrisita viscosa.
-Tal cual –cabeceó Astro, apoyó una mano en la pared y, sin querer, prendió la luz del garaje.
¿Y eso qué tiene que ver? –se dolió Gus.
Omaira le acarició la espalda, de arriba abajo, con el profesionalismo de una conejita Playboy.
-Pues todo –dijo Astro con intransigencia, y se balanceó, borracha y media.
Gus miró a Maurixio y después a Astro, y no dijo nada. Omaira lo empujó hacia unas escaleras en caracol.
-Entonces a lo que vinimos, papi –dijo, empinada en las botas de charol, que le apretaban con ferocidad sus lozanos deditos.
Se quitó el suéter de lana y se abalanzó con ternura sobre Gus, los rosados fardos de sus tetas embutidos en un brasier de seda.
Con delicadeza, Gus la arrinconó, pasó a un lado y trepó por las escalas. Al llegar, buscó la puerta del baño. No pudo encontrarla. Vio, en cambio, un inodoro, desnudo y elegante, al pie del pozo del jacuzzi. Sacó el pirulo, a media caña, y se puso a orinar, una meada larga y efervescente, atrancada desde la discoteca. A sus espaldas oyó unos taconazos, el ruido de unas botas al caer al piso de madera, el quejido del colchón de agua y unos maullidos de actriz porno. Siguió meando. La orina era amarilla, sana y olorosa. Chingleteó la taza, sin preocuparse, a la mierda la urbanidad de Casanova. Se abotonó la bragueta del pantalón, cinco o seis botones de concha nácar, mera finura de contrabando. Vació el inodoro y se volteó, algo turbio y escaso de equilibrio. Omaira estaba tumbada boca arriba en la cama, las tetas aún aprisionadas por el sostén y el cinturón del bluyín a medio desabrochar. Con los ojos cerrados y la boca entreabierta, se veía agraciada, casi bonita. El agua del colchón la mecía como a un cetáceo plácido y bendito. No roncaba, eso sí, pero estaba a punto.
Gus rió en silencio, el deseo arruinado y la lujuria estancada en los angostos canales de sus testículos, y bajó al garaje. Astro, con los brazos alrededor del cuello de Maurixio, parecía una diva de MTV, descocada y grotesca.
-Que no me voy a acostar con tu amigo, ya te dije –insistía una y otra vez-. No y no…
Gus se plantó en el primer peldaño de las escaleras en caracol, despechado. Astro lo miró con lástima.
-Lo que pasa es que sos demasiado inteligente para mí. ¿Sí me entendés? Me das miedo.
-¿Pero qué tiene que ver la inteligencia con el sexo? –dijo, y no pudo creer que hubiera dicho semejante estupidez.
Astro hizo una roseta con los labios y se encogió de hombros, sin ninguna suspicacia.
-Yo qué sé… aquí el que todo lo sabe sos vos.
-¿Y Omaira? –preguntó Maurixio.
-Se quedó dormida –dijo Gus y señaló hacia arriba.
-¿Qué? –se rió Astro.
-Otra vez vestidos de amarillo –exclamó Maurixio, con un dicho aprendido de sus abuelas, tal vez, y como vio la perplejidad de los otros, explicó-: O sea, otra vez haciendo el ridículo. ¿Nos vamos o qué?
***
Jimena, la novia de Gus, se había ido a filmar un comercial en un desierto a las afueras de Villa de Leyva y por eso el apartamento estaba vacío. Gus escondió la llave debajo de una matera junto a la puerta. En el tiesto, unos cactus flotaban tumefactos en una inútil charca de agua. Abrió la puerta y prendió las luces, unas linternas empotradas en las paredes y unas falsas lámparas Coleman que pendían del techo, ocioso capricho de decoración retro, que sólo servía para que nadie viera nada.
Maurixio jaló a Astro y Astro jaló a Omaira, con el suéter de lana puesto al revés, la marquilla chiviada a la vista, pésima señal de mal gusto.
-Hagan de cuenta que están en su casa –dijo Gus, sin inseguridad, y fue a la cocina por hielo y vasos.
-A lo que vinimos –repitió Omaira con vigor, la siesta en el motel la había revitalizado-. Qué pena contigo, Astro, pero, por más sabiondo que sea, yo sí me voy a comer a tu geniecito.
El suéter se le enredó en el pelo, teñido de rubio y con rayitos castaños. Trastabilló, la mirada obstruida por la lana, tropezó con un sofá de cuero, el único mueble no metálico de la sala, rojo botafogo. Maurixio prendió el equipo de sonido. Un estampido electrónico irrumpió con furia. Astro se rió a carcajadas, como una tonta, abrazó a Maurixio y lo besó en la boca, mientras él manoteaba los controles para bajar el volumen y no despertar a los vecinos. Gus reapareció con una bandeja, una hielera y cuatro vasitos desechables. Destapó la botella de aguardiente, robada del motel, y rebosó las copas.
-Increíble que no nos hayan cobrado nada –dijo Omaira, tumbada en el sofá.
Separó las piernas y solivió el pubis.
-¿Qué nos iban a cobrar por una meada? –se rió Maurixio-. Ni más faltaba, mijita.
-Yo también quiero hacer la dieta de los hidrocarburos –anunció Omaira, de pronto, optimista radical, estiró la mano y agarró a Gus-. Venga pa’cá, papito.
-¿Dónde hay una pieza? –dijo Astro, pegada a Maurixio.
Con un gesto ambiguo, Gus indicó un corredor a oscuras.
-Por allá pero mejor quédense aquí.
Astro no rechistó. Tiró a Maurixio a la otra punta del sofá y se le sentó en las rodillas. Se besaron. Al rato, ella le echó una ojeada maliciosa a Omaira.
-¿Estás bien, Oma? –preguntó.
-Yo sí –contestó Omaira mientras empezaba a desabotonarle el pantalón a Gus, los seis o siete botones de concha nacarada, un engorro en las tinieblas de la sala.
Las linternas empotradas en las paredes se habían apagado solas, al igual que las falsas lámparas Coleman, tendrían temporizadores, y en la oscuridad sólo titilaban las lucecitas rojas y verdes del equipo. Sonaba un jazz propicio. Omaira le cogió la cara a Gus y le embutió la lengua con ganas.
-Papi… –gorgoteó.
Astro volvió a mirar de reojo, no sin recelo.
-Oma, ¿seguro que estás bien?
Omaira ronroneó satisfecha y se puso a acariciar las nalgas de Gus, por encima de sus boxers, la blanca rajadura del culo se alcanzaba a vislumbrar en la penumbra.
-Entonces no hagás tanta bulla, ¿sí? –gruñó Astro.
Ni Omaira ni Gus le hicieron caso. Él buscó el broche del brasier. Omaira se anticipó y se lo bajó por delante. Sus tetas, no tan grandes como prometían, saltaron sobre la cara de él, como las bolsas de un airbag.
-Astro –suspiró Gus, y ni Omaira se dio cuenta del lapsus.
Le repasó los pezones con la lengua. Ella soltó un gemido.
-Así sí no vamos a poder –se lamentó Astro, sin dejar de espiar a Gus-. ¡Qué escándalo, Oma! Parecés una gata en celo.
En respuesta, nuevos arrullos brotaron de la garganta de Omaira.
-¡Qué horror! –se excusó Astro con Maurixio, se incorporó y empezó a arreglarse los descaderados.
Omaira no la miró. Dio una voltereta y se le acaballó a Gus, las rodillas apretadas contra sus muslos.
-¿Cierto que a vos no te importa que todavía no haya empezado la dieta del ACPM? –le preguntó en un murmullo.
Rieron con júbilo.
-Tranquila, mamita, que tú estás como quieres estar –dijo Gus y le chupó un pezón.
Astro refunfuñó de mala manera y los contempló con cólera. Luego se tambaleó por la sala, hasta dar con el corredor a oscuras, paredes blancas, impolutas, sin ningún rastro de decoración. Al fondo distinguió una puerta. Maurixio la siguió. Astro abrió la puerta, dio un paso y se tapó la boca con las manos. Maurixio se asomó.
-¡Jimena! –balbució aterrado.
Metida bajo un edredón de plumas de ganso la novia de Gus soñaba con los angelitos.
Maurixio cerró la puerta con sigilosa rapidez y retrocedió en puntillas por el pasillo. Astro sí taconeó como lo que se creía, la reina de la noche. Se arrimó al sofá, guiada por los gemidos, se agachó sobre el respaldar, buscó la melena teñida de Omaira y le habló al oído, seca como un pandero:
-Por si no sabías, Omita, la novia de este man ya viene pa’cá.
Gus se demoró en entender. Omaira lo tenía apercuellado y bregaba por follárselo.
-Oye, sabelotodo, que tu novia está dormida en esa pieza y se va a despertar si te seguís comiendo a esta gorda, perdón, a esta zorra.
-¿Cómo? –brincó Gus.
Empujó a Omaira, que rodó sobre el sofá, las excitadas carnes rosadas empapadas de sudor y concupiscencia. Gus caminó hasta la puerta de la pieza, teniéndose los pantalones por la pretina, y asomó la cabeza con cuidado. Lo dicho. Jimena, profunda, soñaba con los angelitos.
Corrió a la sala, quitó el jazz, recogió el suéter de Omaira y se lo tiró a las tetas, expuestas en bandeja sobre el brasier de seda. Astro le echó mano al aguardiente y se tomó un trago a pico de botella.
-Qué nochecita –dijo, no sin desazón.
Maurixio apuró a Omaira, todavía con la respiración anhelante.
-Nos vamos –ordenó con sequedad.
-¿Otra vez? –rezongó Omaira, displicente, y se echó el suéter sobre los hombros-. Ay, y yo que creía que las que poníamos problema éramos las mujeres.
Gus los acompañó a la puerta. Pensó que Omaira, con las puntiagudas botas de charol en la mano, le iba a dar otro beso de lengua. Ella, sin embargo, prefirió colgarse del brazo de Maurixio.
-Adiós, papito –se despidió de Gus, a pesar de todo.
Astro ni lo miró. Maurixio las ensambló en el ascensor. Gus esperó unos instantes y luego cerró la puerta. Se recostó a la pared, debajo de una falsa lámpara Coleman, y suspiró varias veces seguidas, hasta recuperar el aliento. Después, decepcionado y molesto, se fue para la pieza de Jimena. A soñar con angelitos.

* Ni antes ni después forma parte de una colección de cuentos, con el mismo título, en proceso de escritura.

sábado, 24 de mayo de 2008

“Mi causa no es la sangre humana”

Fernando Vallejo

El escritor Fernando Vallejo habló abiertamente de su rechazo por el catolicismo el jueves 21 de mayo de 2008 . Crónica de la jornada. Vallejo ya no escandaliza como antes. Ahora se dedica a captar adeptos para defender animales.


Faltan 15 minutos para las 3 de la tarde y el teatro está a reventar, 1.252 personas sentadas y otras 200 de pie o acomodadas de cualquier forma en las escalinatas de los pasillos. Por los altoparlantes nos advierten, cortesía de la casa, que bajo ninguna circunstancia debemos consumir sustancias sicoactivas.
Hay de todo. Profesores y directivos, con semblante ojeroso y reservado. Fotógrafos y camarógrafos. Estudiantes desgarbados, con morrales y celulares que registran cada detalle con sus lentes misteriosos. Y garotas de Ipanema. Este teatro, el Presbítero Camilo Torres Restrepo, de la Universidad de Antioquia, está repleto de garotas, y no deliro: muchachas esbeltas, armoniosas, de caras bonitas y cuerpos espigados, color panela, risueñas y seguras. A mi lado hay una, Sandra Mabel, digamos. Estudia una Licenciatura en Educación Especial. Le pregunto lo obvio: “¿Por qué te gusta Fernando Vallejo?”. “Pues porque dice la verdad”. “¿Cuál verdad?”, me atrevo a contrapreguntar, tendrá pinta de garota pero es sólida y fibrosa y me mira no sin suspicacia. “La mía… la de todos”, y aunque no me sonríe es como si lo hubiera hecho.
En ese momento nos interrumpe una algarabía, “¡llegó!, ¡ahí está!, ¡llegó!”. Vallejo avanza hacia el escenario con la vitalidad e insolencia de sus casi 66 años. Viste con sencillez, holgados pantalones de algodón, camisa amarillo pálido, chaqueta azul, y mocasines. Lo acompaña su hermano Aníbal, uno de sus más leales escuderos. Detrás de ellos, un grupo de voluntarias de la Sociedad Protectora de Animales conduce a una docena y media de perros, Layka, Julio, Pedro, Támara, (no hay ningún Trostky, ningún Capitán, señal de que los tiempos cambian). Algunos viven refugiados en la sede de la Sociedad y otros cohabitan en el hermoso campus de la universidad con sus peores enemigos, los seres humanos. Cuando pasan junto a mí, oigo que alguien le pregunta a uno de los voluntarios si es verdad que los gozques tienen rabia. “¿Rabia?”, se extraña el muchacho. “Sí, como Vallejo”, se ríe el atrevido, y yo miro para otro lado, no se juega con la fe ajena. Los perros se distribuyen por el escenario, delante de las pancartas de la causa: “Comer carne te mata” y “No más sangre en tu plato”. El escritor se mete las manos a los bolsillos del pantalón y se larga a disertar.
Es una erudita, mefistofélica, contradictoria e hilarante perorata sobre el cristianismo y sus secuelas. Para empezar, hace un rápido recuento de los avances de las ciencias, desde Jean Baptiste Lamarck, a principios del siglo 19, pasando por Pasteur, Koch, Darwin y Mendel, hasta la formulación del modelo del ADN, a mediados del siglo 20, todo en procura del bienestar del homo sapiens –hombre sabio-, al que, propone Vallejo, más bien deberíamos llamar homo mendax, hombre mentiroso. Después resume algunas de las asombrosas semejanzas entre animales y humanos. “Entonces ¿qué nos diferencia? La palabra, que, por lo general, usamos para mentir. Vacas, perros, cerdos y caballos, como nosotros, tienen dos ojos, dos fosas nasales, dos hileras de dientes, sangre roja y un sistema nervioso para sentir hambre, sed, terror. Pero los masacramos sin que nos importe un comino. Los animales son nuestro prójimo, nuestros hermanos.

No hay civilización cristiana, hay barbarie cristiana.

Sin transición alguna, con su vocecilla aguda, casi corto punzante, la emprende contra el catolicismo y las otras sectas cristianas, una impresionante retahíla de datos y argumentos históricos, que arranca los primeros aplausos. “En los Evangelios no hay una sola palabra de compasión por los animales, y eso que al Cristo lo presentan como a un cordero y al Espíritu Santo como a una paloma”. Con serenidad, agrega: “La existencia de Cristo se la han tragado hasta los ateos. No hay registro histórico de Cristo. Ni en Tácito ni en Suetonio ni en Plinio, el joven. Sólo aparece en un texto del fariseo Flavio Josefo, nacido en el año 37, que escribía en griego, historiador espurio y falsificador.”
Se saca las manos del bolsillo, se quita la chaqueta y cruza los brazos. “La secta católica ha sido la gran ramera del Poder. Desde Constantino, Carlomagno y Carlos V –vacila un instante y pega un brinco tremendo-, Hitler… Uribe.” El auditorio se estremece de felicidad. “Hace poco ese señor dijo que el Espíritu Santo lo había salvado de un atentado. ¿Pero cómo hizo para saber que fue el Espíritu Santo y no otra de las dos personas de la Santísima Trinidad? Siempre va acompañado por su guardia pretoriana. Porque duda del Paráclito. Yo me meto solo a los tugurios de La Iguaná y a los fumaderos de bazuco y nunca me pasa nada. Y no creo en el Espíritu Santo, ni en el Hijo ni en el Padre”.
A cada blasfemia, una nueva salva de aplausos, sobre todo de los jóvenes, incluidas las garotas. Los más adultos, la verdad sea dicha, respiran con cierta precariedad. Vallejo no cambia de tono y se riega en denuestos contra los Papas de la Iglesia. Lotario de Conti, alias Inocencio III; Giovanni Maria Mastai Ferreti, alias Pío IX; Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli, alias Pío XII; Karol Józef Wojtyla, alias Juan Pablo II; Joseph Alois Ratzinger, alias Benedicto, el XVI. No los baja de santurrones, miserables, granujas, cabrones, genocidas, falsarios. “Todas las religiones son empresas criminales”, dice sin inmutarse. “Mahoma, a diferencia de Cristo, sí existió. Fue un malhechor, polígamo, esclavista. El Estado de Israel es la última barrera contra la horda musulmana.

Los animales son mi prójimo y la secta católica es mi enemiga.

Va casi una hora y ya nada lo contiene. “Hace un año le levanté un prontuario a la secta católica con mi libro "La puta de Babilonia". Recorrí varios países de mi lengua rogándoles a obispos y sacerdotes que debatieran conmigo. Incluso les pedí a los tres cardenales colombianos que contestaran mis acusaciones. Ninguno se atrevió. Ni la alimaña esa que se acaba de morir, Alfonso cardenal López Trujillo, y que ahora ha de estar en los más profundos infiernos. Lo podrían reemplazar con Álvaro Uribe.
Vallejo reitera su posición. “Mi causa no es la sangre humana. La causa de los animales es una causa perdida pero por eso me gusta. Soy quijotesco. El éxito es de los granujas”. Y concluye: “Nací en la religión de Cristo pero en ella no voy a morir. Los animales son mi prójimo y la secta católica es mi enemiga.
Le cede la palabra al público. Sobran los elogios. De paso, alguien le recuerda a Tomás Carrasquilla, tema oficial de su conferencia. Dice poco: “Siento gran afecto por él. Fue un hombre noble, discreto, modesto, escribió tarde porque le daba vergüenza que se ocuparan de él. Poco conocido en Antioquia, muy poco en Colombia y nada afuera. Este año, sesquicentenario de su nacimiento, lo hemos sacado del olvido; el año entrante volverá a él.
¿Y Fernando González? “No lo conocí pero estuve en su entierro. Veinte personas. Un nadaísta de la época, para escandalizar a las señoras, citó una frase que al maestro le gustaba mucho: ‘Putísima es la vida’. Le pasó lo mismo que a Carrasquilla. Mal leído en Antioquia, poco en Colombia, nada afuera. Se diluyó en el tiempo y en el aire. Por lo demás, andaba errado de pe a pa. Quería que los católicos fueran buenos o mejores, un imposible ético y moral.
¿Algún día desaparecerá el cristianismo?”. Vallejo, con esa ansia de Dios que mal disimulan sus injurias contra Cristo, responde con sequedad: “No sufra por eso. Este planeta se va a acabar primero.”
Una niña, tal vez la única presente en el auditorio, se empina ante el micrófono: “¿Usted cómo se inspira para copiar?” Vallejo parece confundido y luego sonríe: para ella copiar es escribir, o viceversa. “Yo copio en una computadora pero las palabras que me salen son mías”. La niña no queda satisfecha. “¿Pero cómo se inspira?”, insiste. A Vallejo se le ilumina el rostro: “¿Cómo me inspiro? Pues con la rabia que me hacen dar aquí en Colombia.”

Esteban Carlos Mejía